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iban llegando los muchachos. Se sentaba en una
silla y confesaba a los que habían acudido para
ello, mientras otros, de rodillas en el suelo, se
preparaban o daban gracias.
((**It2.375**)) Sucedía
esto en un ángulo del prado. Más allá, los ya
confesados formaban un circulo y cantaban
canciones religiosas o bien escuchaban la lectura
o la narración de un ejemplo edificante que
contaba alguno de los compañeros. Otros hacían una
especie de recreo moderado charlando entre ellos,
jugando al tejo, a las bochas, a la pelota, o
intentando caminar sobre los zancos. A cierta hora
de la mañana se levantaba don Bosco de su
confesonario verdaderamente apostólico. Entonces
un joven, encargado de ello, como no había
campana, reunía a todos en medio del prado al
redoble de un tambor, que parecía de época
antidiluviana. Otro imponía silencio resoplando
una ronca trompeta. Tomaba entonces don Bosco la
palabra, indicaba la iglesia a la que había que ir
para oir la santa misa y comulgar. Y todos se
ponían en camino. Iban devotamente, divididos en
grupos unas veces y otras procesionalmente
cantando canciones espirituales, como contaba
haberlos visto el teólogo don Ascanio Savio.
Cumplían allí con el precepto dominical y al
salir, marchaba cada cual a su casa para desayunar
y comer.
Por la tarde, acudían todos, de una y otra
parte de la ciudad, al famoso prado. Allí jugaban,
asistidos por los dos ángeles custodios visibles,
don Bosco y el teólogo Borel, ayudados por los
jóvenes mayores y más juiciosos. Al llegar su
hora, ordenaba don Bosco a su tambor dar la señal
convenida. Dividía a los muchachos por secciones
según la edad e instrucción y, sentados sobre la
verde hierba, escuchaban el catecismo durante
media hora. El dirigía la clase de los mayorcitos,
de pie, sobre un ribazo. Se cantaba a continuación
una letrilla religiosa y entonces el mismo don
Bosco o el teólogo Borel, subiéndose a una silla o
una banqueta, les daba un sermoncillo, que les
instruía ((**It2.376**)) y
divertía a un mismo tiempo, por lo que le
escuchaban atentísimos. Naturalmente no se podía
dar la bendición con el Santísimo; así que,
cantaban las letanías de la Virgen o una canción a
la Inmaculada, pidiéndole que, juntamente con su
divino Hijo, les bendijera desde el cielo. No se
preocupaban de la gente que, al pasar por el
camino, se detenía a contemplar con curiosidad
aquel espectáculo nuevo y nunca visto. Después se
reanudaban los juegos, con todo el entusiasmo,
hasta que anochecía. Sucedía, a veces, durante
este tiempo, que algunos mozalbetes abandonaban
los juegos y pedían a don Bosco que los confesara:
don Bosco les atendía sin preocuparse de lo
importuno del momento ni de sus otras ocupaciones.
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