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todas partes. El acompañaba con sus oraciones
hasta el tribunal de Dios a aquéllos que la
justicia humana declaraba infames; pero que,
lavados con la sangre del Cordero inmaculado, eran
recibidos por la divina Misericordia entre los
príncipes del paraíso. Algunos de ellos le debían
a él su eterna salvación.
El último en capilla, al que don Bosco asistió
y confesó, me parece que fue el 1857. Este,
ajusticiado detrás en la Ciudadela y tomado por
muerto, bajado de la viga y colocado en el
féretro, fue llevado a la iglesia de San Pedro ad
Víncula, donde se acostumbraba sepultar a los
condenados a muerte. Cuando he aquí que aquel
pobre desgraciado se mueve, lanza un gemido y se
incorpora. El capellán y otros más que estaban
todavía en la iglesia, lo llevan a una cama. El
nombró a don Bosco, que fue llamado y acudió a
toda prisa. Le prepararon una taza de café y
todavía la bebió; pero don Bosco conoció que no
había esperanza de salvarlo, porque las vértebras
del cuello estaban completamente dislocadas. Se
apresuró, pues, a excitarlo a contrición, le
absolvió y no se marchó de allí hasta que, al cabo
de casi dos horas, los médicos confirmaron que
realmente había expirado.
Estas ejecuciones eran un espectáculo
verdaderamente doloroso. Se pretendía con ellas
infligir al delito un castigo proporcionado. Fue
sentencia del Señor: <> 1. Y
en los Proverbios se lee: <>2. Su castigo aparta de las ciudades y de
los reinos los azotes del Señor y sirve de
terrible amonestación y freno eficaz para muchos
que están a punto de poner su pie en la senda del
delito.
1 Génesis, IX, 6.
2 Proverb. XXI, 18.
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