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de su Angel Custodio y de los santos que le
esperaban en el cielo.
Hasta que llegó la hora de partir. Tres carros,
tirados por dos caballos, en cada uno de los
cuales iba un condenado, salieron por el portón de
la cárcel. Subió al primero un sacerdote de la
ciudad. Don Bosco se sentó junto al pobre joven.
En el último iba don Cafasso con el desgraciado
padre. Una inmensa multitud, llegada de todas
partes, atestaba las calles. Don Bosco dejó
memoria de sus impresiones en la biografía de don
Cafasso:
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vuestro"-. Y se lo acerca a sus labios para que lo
besen. De pronto, el cortejo se detiene ante una
iglesia. Sale el clero con hachas encendidas,
aparece en el umbral un sacerdote con el Santísimo
Sacramento en las manos, imparte la bendición y se
retira. El triste cortejo se pone de nuevo en
marcha>>.
Hasta ese momento don Bosco había logrado
dominarse con gran esfuerzo, pero poco después
sintió que su corazón se oprimía y le fallaba. Era
efecto del terror vivísimo e irresistible que
experimentó a la idea de que, en breve, aparecería
el patíbulo ante los ojos del desgraciado y
querido joven. Don Cafasso, al doblar de una
esquina, se dio cuenta de la palidez de su rostro,
bajó de su carro, mandó parar el de don Bosco, que
tenía los adraldes más altos que los otros dos, y
le dijo con voz fuerte:
-Estos adrales tan altos no dejan respirar;
baje usted y vaya a mi sitio, que yo me quedaré
aquí.
Don Bosco subió al carro donde iba sentado el
padre del joven. Este hombre, aunque había
confesado y comulgado, daba pocas
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