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1846 tres prisioneros sometidos a juicio, uno de
los cuales era un joven de veintidós años y otro
su padre. Don Bosco había confesado varias veces
al hijo y el pobre joven le había cobrado gran
afecto. El juicio terminó con la pena capital. Fue
don Bosco a ver a su joven amigo antes de que
partiese para Alessandria, lugar designado para el
suplicio. Rogábale el joven, sollozando, que lo
acompañara, mas ((**It2.367**)) don
Bosco, con el corazón oprimido por una angustiosa
ternura, le respondió con buenas palabras, pero
evasivas, ya que no se sentía con valor para
prometérselo. Partieron los tres condenados,
emplearon varios días para el viaje con las
consiguientes paradas, tal y como prescribía la
sentencia.
Cuando don Cafasso se disponía para salir hacia
Alessandria a desempeñar con aquellos infelices su
santo y sublime ministerio, mandó llamar a don
Bosco y le dijo que le acompañara, puesto que,
habiendo pedido aquel joven con tan vivas y
repetidas instancias, tenerlo a su lado en los
últimos momentos, creía él una verdadera crueldad
el rehusarse. Don Bosco opuso alguna resistencia,
porque le parecía que no podría aguantar el
desgarrador espectáculo; pero insistió tanto don
Cafasso que don Bosco, acostumbrado a obedecer
cualquier indicación de su director, subió con él
al carruaje ya preparado. Llegaron a Alessandria
la vispera de la ejecución. Cuando el desgraciado
joven en capilla, vio aparecer a don Bosco, se
echó a su cuello y le abrazó llorando. Sólo Dios
sabe lo que sufrió don Bosco: también él lloró,
pero supo dominarse. Y pasó con el pobrecito toda
la noche, consolándole y animándole con la
esperanza segura de la vida inmortal, gloriosa y
felicisima que le aguardaba. Más de una vez,
gracias a la paz de que gozaba por su conciencia
tranquila, vio dibujarse en sus labios una ligera
sonrisa, mientras le invitaba a rezar con él a la
Virgen y le preparaba para su última comunión.
Hacia las dos de la madrugada le impartió de nuevo
la absolución, celebró la santa misa en el altar
preparado en la misma celda, le dio la comunión y,
después de quitarse los ornamentos sagrados, hizo
con él la acción de gracias con palabras
afectuosas y fervorosas.
Y llegó también para don Bosco el momento de
una dolorosa pasión: de repente la campana de la
catedral ((**It2.368**)) daba el
primer toque de agonía. Abrióse la puerta del
calabozo; aparecieron los guardias, unos cofrades
de la Misericordia, el representante de la ley y
el guardián de la cárcel. Se acercó el verdugo al
condenado, se arrodilló ante él y le pidió perdón:
luego, le esposó ante el altar y le echó la soga
al cuello. Mientras tanto, don Bosco intentaba
distraer la muerte de aquel pobrecito con el
recuerdo de Dios, de María Santísima,
(**Es2.279**))
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