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Durante los años siguientes, reimprimió este
librito, notablemente aumentado, once veces, y con
muchos miles de ejemplares. En estas ediciones
queda patente que la Iglesia era su primera
preocupación. En efecto, dice así a los lectores:
<>. Y terminaba: <>.
Don Bosco regaló su nuevo librito a todos los
muchachos del Oratorio; los labios de los hijos
del pueblo, antes acostumbrados a canciones
profanas, repetían el himno Infensus hostis
gloriae y el cántico: Luis, rey de los jóvenes,
impresos en las últimas páginas. Estos cantos
llegaron a ser familiares para miles de jóvenes
artesanos, esparcidos por todo el mundo, los
cuales ciertamente jamás lo hubieran aprendido sin
la obra de don Bosco. Son cánticos triunfales de
la pureza, virtud que don Bosco no se cansaba de
recomendar con estas palabras:
-Qué son los antojos de este mundo? Lo que no
es eterno es como nada. Quod aeternum non est,
nihil est! Los que se dejan vencer por las
pasiones, sorprendidos por la muerte y sepultados
en las llamas eternas del infierno, gritarán entre
lágrimas: íNecios de nosotros; nos hemos
equivocado!
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