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don Bosco no era lo suficientemente respetuoso con
aquellos a los que debía estar sometido por orden
jerárquico, al tomarse la libertad de actuar sin
su consentimiento.
Su razonamiento, más aparente que real, fue
rebatido inmediatameante por el teólogo Borel,
demostrando que el Arzobispo estaba perfectamente
enterado de cuanto hacía don Bosco, que muchísimos
muchachos del Oratorio eran forasteros y no
pertenecían a las parroquias, y que, privados como
estaban de toda atención, ni siquiera oirían la
santa misa los domingos. En cuanto a los de Turín,
afirmó que no eran muchos y en su mayoría ((**It2.355**))
muchachos mal educados e ignorantes, que no
podrían ser dominados más que por aquella especie
de fascinación singular que don Bosco ejercía
sobre ellos; abandonados a si mismos, ciertamente
no tomarían el camino de la parroquia y, juntos de
nuevo con sus antiguos malos compañeros, se
perderían. Era evidente que todos aquellos jóvenes
eran mejor instruidos y podían ser alejados más
facilmente de los peligros en el Oratorio, que no
en cualquier otra parte. Por lo demás, se
lamentaba de que no fuera suficientemente conocido
y apreciado el verdadero espíritu de don Bosco:
don Bosco no apartaba a los jóvenes de la
parroquia, sino que recibía a los que
espontáneamente acudían a él, y con su ejemplo y
su palabra les infundía respeto a los párrocos y
les preparaba para ser un día fieles y fervorosos
feligreses; de todo lo cual prestaba él el más
amplio testimonio.
Y concluía:
-Supongamos que se logre llevarlos a todos a
vuestras iglesias. No es cierto que hay millares
de muchachos que invaden la ciudad y que irán
aumentando cada día? Quién mantendrá el orden y el
silencio de esa multitud indisciplinada? Quién se
cuidará de cada uno de ellos? No están ya bastante
cargados con muchas ocupaciones párrocos y
vicarios, sobre todo los domingos? Sostengo, pues,
que debíamos desear: no uno, sino diez, veinte
Oratorios esparcidos por la ciudad, con la
seguridad de que no faltarán jóvenes para ellos ni
para las parroquias.
La mayoría de la asamblea aprobó estas razones
y se pasó a otro tema.
Con todo, el párroco del Carmen no quedó
convencido. Quería quedase incontestable e integro
el principio de la jurisdicción parroquial sobre
cada uno de los fieles. No podía permitir más
autoridad que la suya ((**It2.356**)) dentro
de los confines del territorio que se le había
confiado canónicamente. Sus colegas eran del mismo
parecer pero, desde luego, no les movía ninguna
miserable ambición o envidia,
(**Es2.270**))
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