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si no es puntual en cumplirla. Los dos se han
ofrecido gustosamente a enviar un sacerdote para
la segunda misa del Refugio, y en el caso de que
nuestro diligente servicio no bastase para cubrir
las necesidades de la Casa, recurriré al reverendo
padre Rector de los Oblatos para que nos mande uno
de los confesores de costumbre.
>>Entre tanto, cuando Dios quiera darme a
conocer un sacerdote dotado del espíritu necesario
para esta Casa, no dejaré de poner al corriente de
ello a V.S. y mostrarle así lo agradable que me
resulta la presentación de un compañero más, etc.
3 de enero de 1845
Atto. y s.s.
T. J. BOREL>>
Así, pues, don Bosco hubo de resignarse a un
reposo parcial forzoso por un poco de tiempo,
interrumpiendo sus trabajos en el Hospitalito y en
el Refugio; pero nadie se atrevió a insinuarle el
abandono de sus muchachos. En efecto, el Oratorio,
que continuaba en casa Moretta, necesitaba el
corazón de don Bosco en persona para seguir
viviendo, a pesar de tantas fatigas. Llegó
((**It2.354**)) la
fiesta de San Francisco de Sales y los muchachos
no pudieron prestar más solemnidad que la de ir a
oir la santa misa fuera de casa. Pero, al volver,
don Bosco les tenía preparada la agradable
sorpresa de muchos regalos, por valor de más de
cincuenta liras, según escribe el teólogo Borel;
así que pasaron el día la mar de satisfechos.
Entre tanto, tal y como había previsto el señor
Arzobispo, el Oratorio se encontró con la misma
dificultad que suele topar toda obra no parroquial
por buena que ella sea, cuando no ha sido aprobada
con público decreto por la legítima autoridad.
Hasta el momento, don Bosco gozaba de licencias y
aprobación de viva voz, y se consideraba que por
algún rescripto se le concedían facultades
personales y temporales. Precisamente, a comienzos
del 1846 se celebraba en Turín una conferencia de
muchos celosos eclesiásticos para estudiar los
medios más eficaces para promover el bien de las
almas. Estaban entre los asistentes el teólogo
Borel y don Giacomelli. Cuando le llegó el turno a
la catequesis de los muchachos, aprovechó la
ocasión el teólogo Carlos Dellaporta, párroco del
Carmen, para lamentarse del Oratorio festivo y de
don Bosco. Decía que de aquel modo los jóvenes
formaban un grupo independiente de feligreses que
terminarían por no conocer a su párroco, y que
parecia que
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