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y se ofrecía para ello a centros privados donde la
instrucción religiosa no se daba con regularidad.
Prefirió entre ellos la Academia de Gramática del
profesor Bonzanino y la de Retórica del profesor
don Mateo Picco, cuyos alumnos pertenecían a
familias distinguidas de Turín. Con satisfacción
de ambos maestros iba a sus clases todos los
sábados. Su atrayente palabra, su trato afectuoso,
lleno de candor y sencillez, se adueñaban de los
corazones de los escolares. Su aparición en el
aula era siempre acogida con gran alegría. Los
temas que exponía los sacaba de la Historia
Sagrada, y estaba tan encariñado con todo lo
relacionado con la clase, lo hacía tan a gusto,
que no faltó nunca a la hora señalada durante los
casi diez años que la atendió. Su última
pretensión era recomendar a los alumnos la
frecuencia de la confesión y comunión.
Aunque era manifiesta la sinceridad del celo de
don Bosco, no todos juzgaban bien su actuación en
las escuelas de la ciudad. Tampoco pasaba
inadvertida la reunión de tantos muchachos en casa
Moretta y daba que hablar a los ociosos. Por vez
primera se establecían en el país escuelas de este
género, y por eso levantaron gran ruido, favorable
en un sentido y contrario en otros. Durante aquel
invierno de 1845 y 1846 empezaron a propagarse
ciertas habladurías, que proporcionaron algunos
disgustos a los muchachos más que a don Bosco.
Opinaban muchos, y aún personas serias, que la
obra de don Bosco era inútil y peligrosa. Algunas
malas lenguas de la ciudad empezaron a llamar
revolucionario a don Bosco, otros loco, otros
hereje. Decíase que el Oratorio era un pretexto
inventado para alejar a la juventud de las
parroquias y ((**It2.350**))
enseñarles máximas sospechosas. Esta última
acusación, la más extendida, se fundaba en la
falsa creencia de que don Bosco fuera partidario
de una pedagogía que tenía con razón fama de
dudosa, después de la resistencia del Arzobispo;
y, además, al observar que don Bosco, aunque no
toleraba el pecado ni nada contrario al orden
ciudadano, permitía, sin embargo, a sus muchachos
toda clase de juegos bulliciosos. El antiguo
sistema de educación en las escuelas se regía por
el rostro severo del maestro y la palmeta. Y las
innovaciones de don Bosco parecían demasiado
abiertas a la libertad. Don Bosco trataba de
disculparse ante sus críticos cuando se los
tropezaba por la calle o cuando le iban a visitar;
pero sus esfuerzos por presentar las cosas en su
realidad, no eran bien interpretados. Creemos que
estos tales, entre ellos sin duda algunos
partidarios de las ideas sectarias, hablaban así
para apartar de él a los muchachos y acabar con
sus reuniones festivas; pero los que le conocían
bien, lejos de perder la estima en
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