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((**Es2.264**) don Bosco, entre candeleros, una estatuita de la Virgen, adornada lo mejor que pudo y supo. Proporcionaba, además, a sus muchachos diversiones adaptadas al lugar, como el ambo, la oca, la geografía, los dados, las damas y la tela 1. A veces los entrenía alegremente con el juego de prendas y el de la gallina ciega; otras, él mismo los divertía con juegos de prestidigitación. Así nos lo contaba Esteban Castagno, que vivía de niño en aquel vecindario. Los aparatos gimnásticos, llevados desde el Refugio, yacían allí amontonados en un rincón y resultaban inútiles. Pero bastaba la presencia de don Bosco para mantener en orden a aquella turba de picaruelos, no avezados a la disciplina. Sólo que él no podía estar presente en todas partes, especialmente en las iglesias públicas durante las funciones sagradas. Tenía, pues, necesidad de alguien que le sustituyera para asistir a los muchachos y, además, de personas que cooperasen a los múltiples gastos para atraerlos y premiarlos. Estas no faltaron. <((**It2.347**)) Basílica de San Mauricio, el cual, como no poseyera dinero sobrante para hacer limosnas, acudía al Oratorio para atender a los jóvenes y se preocupaba de interesar a otros en nuestro favor; el señor Montuardi, que entregó durante casi dos años al teólogo Borel una cuota mensual de treinta liras, y el generoso y rico banquero comendador Cotta. Estos y algunos otros señores se preocupaban, además, de buscar buenos patronos a los muchachos que no sabían adónde dirigirse para trabajar>>. Añadióse a éstos el joven sacerdote turinés, hijo de familia bastante rica y dotado de gran talento, don Francisco Carpano, ordenado en 1844. Don Cafasso lo envió a ayudar a don Bosco. Era incansable para predicar y enseñar el catecismo, se divertía amablemente con los muchachos y tomaba parte en sus juegos. Aprendía de don Bosco a emplear toda su vida por amor a Jesucristo, atendiendo a la juventud y visitando las cárceles con don Bosco y el teólogo Borel. Posteriormente reunía en su casa a los estudiantes del vecindario, les ayudaba a preparar sus tareas escolares y los prevenía contra los peligros del alma; durante varias horas al día daba clases de latín a los que aspiraban a ser sacerdotes; predicaba misiones a los jóvenes recluidos 1 El juego del ambo es el antiguo juego de la lotería de cartones, con números, que había que cubrir para ganar la suerte. Ignoramos el juego de la geografía, como no fuera acertar nombres geográficos; y así mismo el de la tela, que pudiera consistir en enredos, ocultaciones o embustes. (N. del T.). (**Es2.264**))
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