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alegraba contándoles las mil maravillas del futuro
Oratorio que, por entonces, sólo existía en su
mente y en los designios del Señor.
-No temáis, amigos míos, les decía; ya hay un
hermoso edificio preparado para vosotros; pronto
iremos a habitarlo: tendremos una hermosa iglesia,
una casa muy grande y patios anchísimos adonde irá
una cantidad incalculable de muchachos para
divertirse, rezar y trabajar.
íAlgo maravilloso! íLos muchachos le creían!
Hubiera sido lógico que la crítica situación en
que le veían apagara en ellos todo pensamiento de
Oratorio y dispersara a los que lo frecuentaban,
pero era al contrario: su número crecía sin cesar.
Se iban repitiendo unos a otros la profecía de don
Bosco: en el 1856 oía contar el señor José Villa a
muchos de aquellos jóvenes, ya hombres del todo,
las proféticas promesas y su cumplimiento tal y
como él mismo lo veía.
Es, además, cosa digna de notar que siempre era
Valdocco el punto de partida, de llegada y
permanencia, de las peregrinaciones de don Bosco,
como si un potente imán lo atrajese allí. Una
grata fantasía le ofreció en sueños otros
magnífico espectáculo. Lo contó brevemente a unos
pocos de su confianza el año 1884. Pero lo más
espléndido del mismo fue saliendo de sus labios en
repetidas ocasiones, a largos intervalos, durante
casi veinte años, cuando contemplaba conmovido y
casi en éxtasis la iglesia de María Auxiliadora.
El autor de estas Memorias, que estaba a su lado,
no dejó perder sus palabras. ((**It2.343**)) Tomó
buena nota de ellas, vez por vez, y juntándolas
después resultó la escena que describimos.
Le pareció encontrarse en la parte norte del
Rondó o Plaza Circular de Valdocco, y dirigiendo
la mirada hacia el lado del Dora, vio allí abajo,
a través de los gigantescos árboles que entonces
se alineaban ornamentando la avenida, hoy llamada
Regina Margherita, como a unos setenta metros
junto a la calle Cottolengo, en un campo sembrado
de patatas, maíz, habichuelas y coles, tres
hermosísimos jóvenes, radiantes de luz. Estaban de
pie en aquel lugar que, en el sueño anterior, se
le había señalado como teatro del glorioso
martirio de los tres soldados de la Legión Tebea.
Le invitaron éstos a bajar y unirse a ellos. Bajó
don Bosco hasta ellos, los cuales le acompañaron
amablemente al extremo de aquel terreno, donde hoy
se levanta majestuosa la iglesia de María
Auxiliadora. Después de un corto rato, de
maravilla en maravilla, don Bosco se encontró
frente a una dama, magníficamente vestida y de
indecible belleza, majestad y resplandor, y
cercada por un senado de venerables ancianos con
aspecto de príncipes. Innumerables personajes,
adornados con gracia y
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