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((**Es2.26**) intenté una maniobra de equitación, y el mismo sillín, al resbalar, me tumbó y fui a caer de cabeza sobre un montón de piedras afiladas. Un hombre contempló desde la colina cercana la desgraciada escena y acudió con su criado en mi ayuda. Al verme sin sentido, me llevó a su casa y me acomodó en la mejor cama que tenía. Me prodigó los más caritativos cuidados y después de ((**It2.20**)) una hora volví en mí y me di cuenta de que estaba en casa ajena. -No se preocupe -dijo mi huésped-, no se inquiete por no estar en su casa. Aquí no le faltará nada. He mandado llamar al médico; un muchacho ha salido tras el caballo. Soy un campesino, pero dispongo de todo lo necesario. Se siente muy mal? -Dios pague su caridad, amigo mío. No creo sea nada grave; tal vez una fractura en el hombro, que no puedo mover. Pero dónde estoy? -Está usted en la colina de Bersano, en casa de Juan Calosso, apodado el Brina, su humilde servidor. También yo he rodado por el mundo y he necesitado de los demás. Cuántas peripecias me han sucedido yendo a ferias y mercados. -Cuénteme alguna, mientras esperamos al médico. -Vaya una, entre tantas como podría contar. Hace ya algunos años, por otoño, fui yo con mi borriquilla a Asti para comprar provisiones para el invierno. De vuelta, al atravesar los valles de Morialdo, mi pobre animal, demasiado cargado, cayó en un cenagal y se quedó inmóvil en mitad del camino. Todos mis esfuerzos para levantarlo resultaron inútiles. Era ya la media noche y hacía un tiempo oscurísimo y lluvioso. No sabiendo cómo apañármelas me puse a gritar y a pedir auxilio. Al cabo de unos minutos, me respondieron desde un cercano caserío. Vinieron un seminarista, un hermano suyo y otros dos hombres con hachas encendidas. Me ayudaron a descargar a la borrica, la sacaron del fango, y me llevaron con todas mis cosas a su casa. Estaba yo medio muerto y todo lo mío lleno de barro. Me limpiaron, me ofrecieron una cena suculenta y me proporcionaron una cama comodisima. A la mañana siguiente quise, antes de marchar pagarles como era justo; pero el clérigo lo rechazó diciendo: íPuede que mañana le necesitemos nosotros! ((**It2.21**)) Al oír aquellas palabras me conmoví y el campesino se dio cuenta de que lloraba. -Se siente usted mal? -preguntó. -No, respondí; me gusta tanto su relato, que me conmueve... -íSi yo supiera cómo pagar a aquella buena familia! íQué buena gente!(**Es2.26**))
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