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con prontitud, intrepidez y sin ostentación.
Gozaba en los sufrimientos, ofreciéndoselos a
Dios; lo más arduo y repugnante a la naturaleza lo
consideraba fácil y suave. Era acaso para él un
pasatiempo agradable encontrarse en medio de
muchachos de la calle, mal educados, enredones, no
siempre agradecidos, y hasta groseros en sus
manifestaciones de gratitud? Era, tal vez, una
ocupación divertida instruirlos con tanto trabajo
por la torpeza de unos y la terquedad y pocas
ganas de aprender de otros? íEl los trataba con el
cariño y atenciones del mejor de los padres! íSí,
don Bosco hubiera sido capaz de afrontar y
aguantar ((**It2.338**))
cualquier tormento por sus muchachos y hasta
entregar su vida por la salvación de sus almas!
Al cabo de un mes, él con sus trescientos
jóvenes, quedaría en la calle, sin techo donde
aguantar la lluvia, la nieve y los vientos
helados. Sin embargo, aprovechó uno o dos días
festivos el plazo concedido por el Municipio para
reunir a los muchachos en la iglesia de San
Martín, pero sin dejarles jugar allí. Después de
comer les daba el catecismo, y luego conducía su
tropa al otro lado del puente de Moscú y,
siguiendo la orilla del Dora, bajaban a uno de los
campos incultos que se extienden a la izquierda de
quien entra en Turín. Allí daba a cada uno su
buena rebanada de pan y una ración abundante de
fruta o de cecina; y distribuía las bochas, tejos,
zancos y cuerdas para saltar, y jugaban hasta el
anochecer. El, sentado sobre un ribazo, los
asistía, y a veces, rezaba el breviario.
Buscó durante esas semanas otro sitio adonde
ir, pero no lo pudo encontrar. La curiosidad
llevaba a mucha gente a San Pedro ad Víncula y a
San Martín de los Molinos para enterarse de las
tristes nuevas del Capellán, de la criada y del
Secretario. Se apoderó del ánimo de muchos una
especie de terror; había personas buenas y ricas
que rechazaban el pensamiento de acoger en sus
terrenos a don Bosco y su Oratorio. <>. Mas no
tardaron en llegar otros hechos que manifestaran
cómo bendecía el Señor a todos los que ((**It2.339**))
promovían y sostenían una obra tan benéfica.
Muchísimas personas de Turín y de otras partes
confesaron repetidas veces que su propia condición
y la de sus familias había empezado a mejorar
desde el día en que se decidieron a ayudar a los
pobres chiquillos de don Bosco.
Pero aquellos días, en vano se esperaba un rayo
de esperanza.
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