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((**Es2.253**) En esas páginas deja don Bosco grabadas su fe y su amor al Papado. Tras definir qué es la Iglesia, describir la jerarquía eclesiástica, presentar al lector la figura de San Pedro ejerciendo el primer acto de su suprema autoridad en el Concilio de Jerusalén, acogiendo en la persona de Cornelio las primicias de los gentiles y yendo a Roma, donde establece su sede y muere mártir ((**It2.331**)) después de haber realizado llamativos y numerosos milagros, don Bosco sigue narrando lo que aquí resumimos para poder apreciar la trama de su obra. Suceden a Pedro en la Cátedra de Roma, herederos de su autoridad y en ininterrumpida cadena, doscientos cincuenta y cinco Papas, reconocidos por los fieles como Vicarios de Jesucristo y asistidos por el Espíritu Santo. Los primeros treinta y tres Pontífices Romanos, impasibles ante las persecuciones, testifican con su sangre la divinidad de Jesucristo y su doctrina, dan testimonio del primado de jurisdicción de que están investidos sobre la Iglesia Universal y publican leyes a las que obedecen todos los verdaderos cristianos, leyes que en su mayor parte están hoy todavía en vigor. Traban combate contra el pecado, las herejías, los cismas, la prepotencia de los césares. Y los Romanos Pontífices convocan a centenares de obispos de todas las regiones de la tierra, presiden concilios generales en persona o a través de sus legados, y sólo, tras la confirmación del Papa, tienen valor las decisiones de los augustos conciliares. - íHabló Roma; causa conclusa! - proclamaba San Agustín. Seiscientos treinta obispos, después de escuchar la carta del Papa San León, en el Concilio de Calcedonia, condenando la herejía de Eutiques, exclamaban a una voz: -Así lo creemos todos. Pedro ha hablado por boca de León Papa. íAnatema sea quien no lo crea! - En el II Concilio de Lyon, convocado para la unión de las iglesias Griega y Latina, presidido por el Papa Gregorio X, protestaba unánimemente la asamblea, compuesta por patriarcas latinos y griegos, más de quinientos obispos, mil setenta entre abades y otros insignes teólogos: que el Romano Pontífice es el verdadero y legítimo sucesor de San Pedro y que es imposible la salvación de quien se obstine en no querer estar unido a él. Y el V Concilio Lateranense condenaba el Conciliábulo de Pisa y declaraba erróneo ((**It2.332**)) que un Concilio ecuménico fuese superior al Romano Pontífice. El Papa era para don Bosco lo más querido y digno del mundo. Era más celoso del honor del Papa que del suyo propio. Y así, escribiendo sobre el Papa San Marcelino, cuya constancia en la fe frente a los perseguidores, fue reivindicada por el sapientísimo (**Es2.253**))
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