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((**Es2.241**) se trasluce en uno de los propósitos que él mismo escribió el año 1845 en sus breves Memorias para mis hijos los salesianos: <>. Se deduce de esta nota que eran muchos los que le solían esperar, lo mismo en San Francisco de Asís, que en el Refugio y en las iglesias de la ciudad y de los alrededores, cuando iba a celebrar el santo sacrificio, y en las parroquias de la provincia, cuando le invitaban a predicar. Afirma don Rúa que, desde muy niño, había oído hablar de la santidad de don Bosco a la gente del pueblo y a los de su propia familia. Volviendo al gracioso caso de que hicimos mención, hemos de decir que se había establecido temporalmente en Turín el conde Rademaker, rico portugués escapado de su patria a causa de los disturbios políticos y que más tarde, cambiadas las cosas, fue nombrado embajador de Portugal ante la corte de Saboya. Su esposa era aquella señora a la que don Bosco había advertido del peligro que podía encontrar camino de Chieri. Tenían dos hijos, cuya ejemplar conducta era la satisfacción del matrimonio. El más joven se hacía más tarde jesuita y el otro ya era sacerdote. ((**It2.314**)) Andaba éste muy atormentado por los escrúpulos. El Arzobispo y don Cafasso le encaminaron a don Bosco para que le diera lecciones de moral práctica y una prudente dirección, que le librara de sus angustias espirituales. En consecuencia, contrajo don Bosco gran amistad con aquella nobilísima familia, verdaderamente católica, y también con las personas de su servicio. Tenían un mayordomo llamado Carvallo, el cual iba cada mañana de compras a la plaza Manuel Filiberto. Como no entendía bien la lengua del país, se había comprado un diccionario portugués-italiano, que llevaba siempre en el bolsillo. En él buscaba las palabras necesarias para hacerse entender más o menos, puesto que las vendedoras hablaban su propio dialecto. Yendo de un puesto a otro del mercado, había oído repetir con frecuencia a faquines y muleros cierta palabra que le parecía, a veces, una exclamación; otras, una expresión de afecto o un saludo, de acuerdo con la expresión del rostro de quien lo pronunciaba. Como quería conocer su significado, y así progresar en el conocimiento del dialecto piamontés, preguntó a uno el sentido de aquella palabra. El interrogado, tipo burlón que gozaba riéndose a costa del prójimo, le respondió que era una palabra (**Es2.241**))
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