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más mínimo la celebración de la misa en los días
festivos, destinada a los empleados del Municipio
y a los molineros. Don Bosco, considerándose como
un instrumento simple y material de la empresa
comenzada por María Santísima, miraba y miró
siempre esta obra con tanta veneración, que el
menor incidente era para él un acontecimiento que
había que celebrar con una fiesta. También para
los jóvenes era una novedad que les gustaba
enormemente. Con actos parecidos y algunas
canciones, ya había festejado la inauguración de
la capilla del Hospitalito, e hizo lo mismo al
llegar a los distintos lugares de las diversas
emigraciones; al establecerse en Valdocco y en
muchas otras circunstancias que él consideraba
dignas de nota. En cada nuevo diálogo cambiaba de
protagonista: unas veces era Gianduia 1, hablando
en dialecto piamontés; otras un alemán, armando
una algarabía con el italiano y las palabras
alemanas o un tartamudo que, tartajeando,
chapurreaba ((**It2.308**)) con
dificultad las palabras; y así por el estilo. José
Buzzetti conservó durante mucho tiempo estos
diálogos, pero no se encontraron después de su
muerte.
A partir de aquel día memorable, todos los días
festivos aparecía una turba de muchachos por la
parte de la plaza Manuel Filiberto adonde se abría
el portón de los Molinos. Pero, a pesar de las
palabras de aliento de don Bosco y del teólogo
Borel, es preciso confesar que a los chicos no les
gustaba mucho aquel lugar. En la iglesia no podían
hacer más que algunas prácticas de piedad: por
razones parroquiales, no se podía celebrar una
segunda misa, ni comulgar, elemento fundamental
del Oratorio, ni realizar otras funciones
religiosas. A la única misa, celebrada por el
capellán, acudían tantos fieles que no era posible
la entrada de los muchachos. Así que, por la
mañana, se veían obligados a ir a alguna iglesia
de Turín y practicar en otra parte sus devociones,
con mucho estorbo y poco provecho. El espacio para
jugar era incomodísimo: muchos tenían que hacerlo
en la calle y en la plaza, delante de la iglesia,
por donde pasaban a cada momento coches, carros y
caballos que interrumpían sus juegos. Pero, como
no tenían por el momento sitio mejor, se las
arreglaban, a la espera de que el Cielo enviara
otra solución. El número de jóvenes, entre chicos
y grandes, llegaba casi a trescientos. Don Bosco
ya no los llevaba para la bendición a la capilla
de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, porque
hubieran estorbado la reunión dominical de sus
alumnos, ocupando ellos todo el sitio.
1 GIANDUIA: Yianduya, Juan de la Bota, era una
máscara popular piamontesa. (N. del T.)
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