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pena y de disgusto, pues los jóvenes estimaban
aquel lugar como si fuera suyo; pero él dilató su
ánimo con buenas palabras, les tranquilizó y les
invitó a ir por la tarde para ayudarle a trasladar
hasta la nueva iglesia los objetos del culto y de
los juegos. Todos llegaron puntuales. El teólogo
Borel les dirigió unas palabras de despedida:
-El lugar que vamos a abandonar debe ser para
nosotros como la posada, donde el caminante
descansa durante el viaje y de donde sale ((**It2.305**)) de
buena mañana para seguir su camino. Así que,
íánimo y... en marcha! Seguid acudiendo
asiduamente a vuestro Oratorio en su errante e
incierto viaje... No os canséis... La Providencia
encontrará para el Oratorio una morada estable.
Pero, antes, toca a vosotros darle una morada fija
en vuestros corazones, a cubierto de todas las
vicisitudes... Amad y practicad las oraciones de
la mañana y de la noche, amad y frecuentad el
catecismo, asistid siempre a la santa misa los
domingos... Id de buena gana a confesaros bien y a
comulgar. íHuid de los blasfemos, de los
escandalosos, de los mal hablados, de los que se
burlen de vosotros para alejaros de la Iglesia! De
este modo, el Oratorio estará siempre en vuestro
corazón. De acuerdo? íAdiós, amigos míos!
El teólogo Borel estaba profundamente
conmovido. Después de una breve pausa, exclamó con
voz potente:
-Pero, antes, demos gracias al Señor que nos ha
preparado en los Molinos un nuevo lugar. íTe Deum
laudamus!
Y se calló. A una señal de don Bosco se produjo
un alboroto indescriptible y divertidísimo. Uno
agarraba un taburete, otro un reclinatorio; éste
se cargaba al hombro una silla, aquél un cuadro;
otro llevaba un candelero, otro la cruz. Quien
aguantaba bajo el brazo los ornamentos y quien
sostenía en la mano las vinajeras o una estatuita.
Don Bosco, en medio de la confusión, atendía a que
dejaran las cosas que juzgara inútiles para el
nuevo oratorio y las mandaba llevar a su
habitación. Los más alegres llevaban los zancos,
las bolsas de bochas y demás juegos. Todos estaban
ansiosos por ver las novedades del lugar que les
esperaba. Y en larga fila, como en una emigración
popular, fueron a plantar sus tiendas y establecer
su cuartel general en los Molinos. Al ruido y a la
vista de tanto muchacho, la gente de los
contornos, llena de curiosidad, salía a la puerta
de su casa, se asomaba a las ventanas y preguntaba
qué era aquello y a dónde ((**It2.306**)) iban.
Esto sirvió admirablemente para dar a conocer el
Oratorio por el barrio y atraer a otros muchos
chiquillos de la ciudad.
Al llegar al lugar, dejaron todo en la
habitación alquilada y entraron
(**Es2.235**))
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