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una carta desabrida, pintando a los muchachos de
don Bosco con los más negros colores, asegurando,
entre otras cosas, que habían escrito epítetos
injuriosos en las lápidas mortuorias, y
calificando aquella reunión como un caso de
intrusión e insubordinación. Doloroso es decirlo:
fue la última carta que escribió el pobre
capellán. Puso el lunes los sellos, llamó a la
sirvienta y le dijo:
-Haz que salga esta carta para el Ayuntamiento.
Fueron sus últimas palabras. Pocas horas
después, mientras salía el mensajero, don Tesio
era víctima de un ataque apoplético, y moría el 28
de o, a las doce y media de la noche, a la edad de
setenta y ocho años, confortado desde luego, con
los santos sacramentos.
Mientras tanto, la carta de don Tesio causó tal
impresión en la Alcaldía que, inmediatamente se
dictó orden de arresto contra don Bosco, si volvía
por allí con sus muchachos.
Pero, apenas se había cerrado una tumba en San
Pedro, cuando se abría otra. La criada corrió la
misma suerte que el amo dos días después; de modo
que, antes de terminar la ((**It2.291**)) semana,
aquellos dos enemigos del Oratorio habían
desaparecido de la escena de este mundo. Es más
fácil imaginar que describir el espanto que los
dos accidentes infundieron en las gentes de aquel
barrio. Resultaba imposible no ver en ello la mano
de Dios. Los muchachos quedaron tan íntimamente
persuadidos de ello que, en vez de separarse,
empezaron a querer a don Bosco y al Oratorio mucho
más que antes y a no querer abandonarlo nunca.
Pensaba también lo mismo el teólogo Borel. Estaba
él un día sentado a la mesa con don Bosco, don
Bosio y don Pacchiotti, su ayudante. Leían en
aquella ocasión la vida de San Felipe Neri;
precisamente las páginas que narran cómo todos los
perseguidores del santo apóstol en Roma, morían al
poco tiempo. Hizo notar el teólogo cómo sucedía lo
mismo con don Bosco y que, por consiguiente, había
que ayudarle en todo momento, aún en las pruebas
más graves, seguros de que así secundarían la obra
de la Providencia.
Al domingo siguiente, 31 de mayo, apareció
sobre la puerta de aquella iglesia un Decreto
Municipal prohibiendo toda reunión en el atrio y
en el patio. Muchos jóvenes, que no habían
recibido ningún aviso, acudieron a San Pedro. Al
ver, con gran sorpresa, que todo estaba cerrado y
que unos guardias, allí apostados, los echaban,
corrieron asustados al Refugio, donde fueron
recibidos alegremente por don Bosco y reanudaron
las acostumbradas funciones de la mañana y de la
tarde.
Entretanto, pensando don Cafasso que, con la
muerte de don Tesio,
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