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Algunos jóvenes dijeron en aquella ocasión a
don Bosco:
-íQué mujer más mala! Por qué grita de ese
modo?
Don Bosco la excusó, diciendo que había que
compadecerla porque la pobrecita no se encontraba
bien de salud y luego añadió a otros que decían no
interesaba ir a jugar junto a aquella iglesia:
-Estad tranquilos; el domingo que viene no os
chillará más esa mujer.
En cuanto entraron todos en la iglesia, don
Bosco organizó la catequesis; rezaron el santo
rosario y, luego los despidió. Se marcharon los
muchachos con la esperanza de encontrar más
tranquilidad al domingo siguiente. Se engañaban:
era la primera y la última vez que se reunirían
todos en aquel lugar.
Mientras don Bosco salía del atrio de la
iglesia, la gruñona criada seguía gritando y
amenazando, coreada por unas cuantas mujerzuelas
que se sumaron al jaleo. Cierto muchacho sensato,
Melanotti de Lanzo, que en aquel momento se acercó
a don Bosco, nos contaba que el santo sacerdote,
sin desconcertarse, sin airarse, se volvió a él y,
suspirando, le dijo en voz baja:
-íPobrecita! íNo quiere que volvamos a poner
aquí los pies, cuando ella misma, ya estará en la
supultura para la próxima fiesta!
En aquel momento entraba don Tesio en su casa,
situada detrás del coro de la iglesia, y la criada
fue a su encuentro con el cuento de que don Bosco
y sus muchachos eran unos revolucionarios,
profanadores de los lugares santos y unos bellacos
redomados. Aunque el capellán conocía la irascible
susceptibilidad de su sirvienta por cualquier
cosita, sin embargo, se dejó influenciar con sus
malignas instigaciones contra el Oratorio. Así
que, salió fuera de su casa y vio a don Bosco que
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entretenía en la plazoleta con los últimos
muchachos que habían quedado. Se acercó a él y le
dijo con voz irritada:
-No venga por aquí otro domingo a armar este
jaleo y molestar a todo el mundo. Ya daré yo los
pasos necesarios. No, no; no venga mas aquí . .
Y don Bosco le respondió, mientras se alejaba:
-Pobre de usted, que no sabe si vivirá para
otro domingo.
Fue también testigo de estas palabras el citado
Melanotti, que quedó admirado de la sonriente
tranquilidad de don Bosco, mientras lo acompañó
hasta el Refugio.
Por la noche volvió la sirvienta a la carga, y
tanto y tanto dijo a don Tesio contra el Oratorio,
que le obligó a escribir inmediatamente al
Ayuntamiento. Casi al dictado de la enfurecida
mujer, redactó
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