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((**Es2.223**) Algunos jóvenes dijeron en aquella ocasión a don Bosco: -íQué mujer más mala! Por qué grita de ese modo? Don Bosco la excusó, diciendo que había que compadecerla porque la pobrecita no se encontraba bien de salud y luego añadió a otros que decían no interesaba ir a jugar junto a aquella iglesia: -Estad tranquilos; el domingo que viene no os chillará más esa mujer. En cuanto entraron todos en la iglesia, don Bosco organizó la catequesis; rezaron el santo rosario y, luego los despidió. Se marcharon los muchachos con la esperanza de encontrar más tranquilidad al domingo siguiente. Se engañaban: era la primera y la última vez que se reunirían todos en aquel lugar. Mientras don Bosco salía del atrio de la iglesia, la gruñona criada seguía gritando y amenazando, coreada por unas cuantas mujerzuelas que se sumaron al jaleo. Cierto muchacho sensato, Melanotti de Lanzo, que en aquel momento se acercó a don Bosco, nos contaba que el santo sacerdote, sin desconcertarse, sin airarse, se volvió a él y, suspirando, le dijo en voz baja: -íPobrecita! íNo quiere que volvamos a poner aquí los pies, cuando ella misma, ya estará en la supultura para la próxima fiesta! En aquel momento entraba don Tesio en su casa, situada detrás del coro de la iglesia, y la criada fue a su encuentro con el cuento de que don Bosco y sus muchachos eran unos revolucionarios, profanadores de los lugares santos y unos bellacos redomados. Aunque el capellán conocía la irascible susceptibilidad de su sirvienta por cualquier cosita, sin embargo, se dejó influenciar con sus malignas instigaciones contra el Oratorio. Así que, salió fuera de su casa y vio a don Bosco que ((**It2.290**)) se entretenía en la plazoleta con los últimos muchachos que habían quedado. Se acercó a él y le dijo con voz irritada: -No venga por aquí otro domingo a armar este jaleo y molestar a todo el mundo. Ya daré yo los pasos necesarios. No, no; no venga mas aquí . . Y don Bosco le respondió, mientras se alejaba: -Pobre de usted, que no sabe si vivirá para otro domingo. Fue también testigo de estas palabras el citado Melanotti, que quedó admirado de la sonriente tranquilidad de don Bosco, mientras lo acompañó hasta el Refugio. Por la noche volvió la sirvienta a la carga, y tanto y tanto dijo a don Tesio contra el Oratorio, que le obligó a escribir inmediatamente al Ayuntamiento. Casi al dictado de la enfurecida mujer, redactó (**Es2.223**))
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