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si guarda su puesto, siempre colabora, y, en
ocasiones eficazmente, hasta con un solo golpe
intencionado o casual, a la victoria de todo el
ejército. Así que, no dejaba escapar ocasión para
dar un buen consejo, para oír a uno en confesión,
para predicar, amonestar, tomar parte en la
oración, considerando todos estos actos como obras
de gran importancia. De este modo, no sólo no se
enfriaba ni un instante en la prosecución de su
misión con los muchachos, sino que continuaba
dedicándose incansablemente a otras ocupaciones
del sagrado ministerio.
Tenía preocupación especial por los presos. Fue
grande, sin duda, el número de conversiones que
obtuvo por espacio de más de veinte años; pero él,
que exaltaba siempre a don Cafasso, contando los
milagros de su bondad entre los encarcelados, casi
nunca habló del bien espiritual que él mismo
procuraba a aquellos infelices. Sin embargo,
nosotros hemos sabido muchas cosas por boca del
teólogo Borel, que lo quería y veneraba como se
quiere y venera a un santo; él nos informó de sus
industrias ((**It2.274**)) para
procurarse con prudencia ayudantes de entre los
mismos presos, sinceramente convertidos y que por
ser inteligentes, instruidos y de palabra fácil,
eran capaces de imponerse a los más recalcitrantes
y predisponer los ánimos con oportunas
advertencias para escuchar y practicar la palabra
del sacerdote. Eran éstos conocedores de todas las
objeciones que presentaban sus compañeros de
desventura contra la religión y las prácticas de
piedad; sabían de sus blasfemias contra la divina
Providencia y sus calumnias contra el clero...
Don Bosco les preparaba, ora a uno, ora a otro,
para dialogar con ellos públicamente, llegada la
ocasión, para refutar sus disparates y meter sanos
principios en sus ligeros cascos. Y así, cuando
don Bosco sostenía sus pláticas familiares, o bien
cuando estaba explicando el catecismo, he aquí que
la voz del amigo preparado lo interrumpía,
excitando la atención y la curiosidad de todos los
del camaranchón. El amigo preguntaba, presentaba
una objeción, y el sacerdote respondía; pero las
preguntas y las respuestas estaban sazonadas con
tal destreza, tales dichos populares, tales casos
ridiculos y edificantes, que provocaban la risa;
la verdad conmovía y persuadía, moviendo siempre a
alguno a empezar una vida verdaderamente
cristiana. De esta manera tuvo don Bosco el
consuelo de ver a hombres, olvidados de Dios desde
hacía muchos años, acercarse a los santos
sacramentos con disposiciones capaces de animar
hasta a personas adelantadas en la virtud.
Y no solamente ganaba las almas con la oración
y las santas industrias,
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