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hacía consistir su principal medio de educación,
después de haber instruido a sus alumnos
convenientemente para purificarse con el
sacramento de la penitencia. Así lograba
mantenerlos alejados del vicio y del pecado. El
mismo Jesucristo, dignamente recibido, sellaba en
sus corazones las lecciones que oían del buen
sacerdote, que dirigía hacia El el afecto que le
profesaban. Esta era la causa principal del
ascendiente que don Bosco tenía sobre la juventud,
en la que, de este modo, conseguía fácilmente
inculcar las buenas costumbres y la docilidad.
En medio de estos consuelos espirituales
alcanzados por don Bosco, empezó a buscar los
medios económicos para sostener su Oratorio. Tal
vez fue don Cafasso quien se lo propuso, para
ejercitarle en una empresa tan difícil, aun
estando dispuesto a ayudarle en los casos
extremos. A don Bosco le repugnaba
extraordinariamente acudir a las familias
pudientes a pedirles socorro y exponerse a recibir
una negativa. No era costumbre de los sacerdotes
de Turín ir a pedir limosna por las casas,
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las antiguas obras piadosas florecían gracias a la
abundancia de sus rentas. El mismo Cottolengo
esperaba los socorros en casa, no iba a buscarlos.
Sin embargo, don Bosco se humilló, se hizo
generosa violencia durante toda su vida para
secundar la voluntad de Dios. Y el Señor le
facilitaba la marcha por un camino tan espinoso
como éste.
El teólogo Borel, persuadido de que su empresa
era evidentemente obra de la divina Providencia,
le animaba y le ayudaba, en la medida que se lo
permitían sus ocupaciones. Así se lo dijo él mismo
a don Rúa y, más tarde, hacia 1870, a don Pablo
Albera:
-Al llegar don Bosco a Turín, parecía tímido y
reservado, especialmente cuando tuvo que
resolverse a postular para su Oratorio.
Basta recordar la historia de las primeras
trescientas liras que llevó a su casa. Visitaba yo
con frecuencia a la noble y rica familia del
caballero Gonella: les manifesté la bondad del
joven sacerdote don Bosco, el bien que hacía y el
que llegaría a hacer; les exhorté a que fueran
generosos con él y prometí que se lo enviaría para
hacerles una visita y tuvieran ocasión de
conocerle y apreciar su labor. Hice luego a don
Bosco el elogio de aquellos señores, le expuse su
caridad y le propuse que fuera a visitarles.
Titubeaba don Bosco, alegando que aquellas
personas le eran totalmente desconocidas; pero, al
fin, se rindió y fue a verlas. Le recibieron muy
bien y, después de un breve coloquio, se ganó el
aprecio y la admiración de aquellos señores: al
despedirle, le entregaron trescientas liras para
sus muchachos. Sin que don Bosco lo supiera, hice
de precursor alguna otra vez, y muy
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