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el primero en procurar el bien del pueblo. De este
modo había muchos jóvenes que, en los días
festivos, después de las funciones religiosas, y
en los días feriales por la noche, menos los
sábados y vísperas de fiestas de precepto,
llegaban a una hora determinada a las habitaciones
de don Bosco y del teólogo Borel, y estos dos
sacerdotes, siempre dispuestos a ayudarles,
convertían su cuarto en escuela y les enseñaban a
leer, escribir y calcular. Y se tomaban ese
trabajo, no sólo para que fueran más hábiles en el
aprendizaje de un arte y oficio, sino y sobre
todo, para poderles proporcionar más fácilmente la
enseñanza religiosa, mediante la lectura y estudio
del catecismo. Habían constatado que algunos de
los que no sabían leer, no lograban aprenderlo
bien sólo con oírlo repetir al que lo enseñaba.
Para muchos jóvenes fue este un beneficio
señalado, ya que de otro modo, como debían
trabajar todo el día para ganarse el pan y por
tanto, no podían ((**It2.257**)) asistir
a las escuelas públicas, hubieran quedado
analfabetos e ignorantes de los conocimientos más
elementales, con todo lo que ello supone.
Durante este tiempo se preocupaba don Bosco
especialmente de los jóvenes que salían de las
cárceles. Fue entonces cuando se convenció de que,
si esos desgraciados encuentran una persona
benévola que les cuide, los asista en los días
festivos, les busque una colocación para trabajar
con un jefe verdaderamente cristiano y los visite
alguna vez durante la semana, se entregan con
buena voluntad a llevar una vida honrada, olvidan
el pasado y acaban por practicar la religión y ser
honrados ciudadanos.
Fue entonces, estando en el Refugio, cuando don
Bosco entendió qué era hacer de sastre y remendar
los vestidos rotos, frase que a veces salía de sus
labios cuando hablaba a los muchachos. Estos,
acuciados por la curiosidad, preguntaban muchas
veces al hombre de la Providencia cuándo y cómo se
había visto en la necesidad de hacer de sastre.
Pero él, durante muchos años, sólo respondía: -Si
esto os sirviera para algo o fuera para mayor
gloria de Dios, os lo diría.
Entretanto, ayudaba al teólogo Borel a confesar
a las asiladas del Refugio, predicaba en la ciudad
y confesaba en la Residencia Sacerdotal. No podía
separarse de don Cafasso y practicaba fielmente el
consejo del Eclesiástico: <>. 1 Y don Cafasso,
correspondiéndole
1 Eclesiástico XXXVII, 12.
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