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ayudaran. Algunos de los mayorcitos, por él
adiestrados, estaban al frente de algunas clases.
Reunía después a éstos en su habitación, en el
tiempo libre del sagrado ministerio, durante la
semana, les daba las normas necesarias y los
entusiasmaba con regalillos y con la amabilidad y
caridad de su trato.
En los días festivos acudían muchos muchachos
para confesarse, oír misa y comulgar. Después de
misa don Bosco les daba una breve explicación del
evangelio. Por la tarde había catecismo, entonaban
cánticos sagrados, después les daba una
instrucción adaptada para ellos, corta y amenizada
con ejemplos edificantes. Cantaban, finalmente,
las letanías lauretanas y se impartía la bendición
con el Santísimo, que solamente se reservaba en
los días festivos. Antes y después de las
funciones había variados entretenimientos y
juegos, bajo la vigilancia del buen Director, del
teólogo Borel, que era su brazo derecho, y de los
jóvenes más juiciosos y de mejor conducta. El
recreo se hacía en la estrecha y larga calleja
existente entre el convento de las Magdalenas y el
hospital Cottolengo y que conducía a la vía
pública, y también en la calle delantera de la
casa. Don Bosco iba con frecuencia por los campos
vecinos cuidando de que ninguno de los suyos se
alejara. Buscaba todos los medios para atraerlos
al Oratorio. Preparó juegos: pelotas, bochas,
tejos, zancos, y les prometía que pronto tendrían
columpios, tiovivos, clases de gimnasia y de
canto, conciertos de música instrumental y otras
diversiones. A veces les repartía medallas,
estampas, fruta; les preparaba desayuno o
merienda; otras veces regalaba unos pantalones, un
par de zapatos u otras prendas de vestir a los más
pobres. Frecuentemente los socorría en casa de sus
padres. <((**It2.256**)) don
Bosco, lo que más atrae a los jovencitos son las
buenas maneras: para obtener buenos resultados en
la educación de la juventud hay que procurar
hacerse amar para después hacerse respetar>>. Y
los muchachos sabían que don Bosco los amaba y los
llevaba grabados en su corazón de modo indeleble.
En efecto, conocía a todos, llamaba a cada uno por
su nombre y apellido y no olvidaba a los que ya no
asistían al Oratorio. Así nos lo aseguraba el
teólogo Borel y así lo hemos constatado nosotros
mismos, cuando los muchachos por él educados se
contaban ya por miles.
Fue en este tiempo, esto es, a fines del 1844,
cuando don Bosco empezó y más tarde perfeccionó
las clases nocturnas y festivas, que muy pronto se
implantaron en otros lugares del país y hoy están
organizadas y extendidas por toda Italia. Era una
obra de caridad, que se necesitaba para dar a
conocer a la gente que el sacerdote es siempre
(**Es2.199**))
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