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la santa misa en ella, dar la bendición con el
Santísimo y hacer triduos y novenas. Un sencillo
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de madera en forma de mesa, con los paramentos
estrictamente necesarios, pero con su sagrario
dorado y un pequeño trono con dos angelitos en
adoración, una capa pluvial, una casulla
multicolor, un viejo estolón y los demás
ornamentos sagrados indispensables. Muy pronto se
prepararon cuatro sotanitas para los improvisados
monaguillos. La marquesa Barolo dio setenta liras
para comprar veinte candeleros, treinta para la
tapicería y veinte para las sobrepellices.
Se inauguró en un día de siempre grato recuerdo
para don Bosco, el ocho de diciembre, fiesta de la
Inmaculada, bajo cuyo manto maternal había
colocado al Oratorio y a sus hijos. En esa fecha,
pues, bendijo don Bosco la primera capilla en
honor de San Francisco de Sales, celebró la santa
misa y repartió la sagrada comunión a varios
jóvenes.
Algunas circunstancias hicieron memorable esta
sagrada función. La primera, la pobreza de la
capilla. Faltaban reclinatorios, bancos, sillas;
hubo que contentarse con unas banquetas que se
tambaleaban, unas sillas desvencijadas y algunos
asientos que amenazaban caerse. Pero la divina
Providencia no tardó en llegar, ni faltó la
caridad de buenas personas.
El tiempo, por su parte, no pudo ser peor; pero
no impidió que acudieran los muchachos en gran
número: tan grande era su interés por el Oratorio
y por quien lo dirigía. La nieve alcanzó gran
espesor aquella mañana y siguió cayendo como sobre
las laderas de las montañas, acompañada de viento
y remolinos. Como hacía mucho frío, hubo que
llevar a la capilla un brasero; y se recuerda que
al atravesar con él, al aire libre, los copos que
caían dentro producían un alegre chisporroteo.
Los muchachos no olvidaron nunca las lágrimas
que vieron correr por las mejillas de don Bosco
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mientras se desarrolló la sagrada ceremonia.
Lloraba de satisfacción, viendo de qué manera se
iba consolidando la obra del Oratorio,
ofreciéndole asi comodidad para recoger un mayor
número de niños e instruirlos cristianamente y
alejarlos de los peligros de la creciente
inmoralidad e irreligión.
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