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((**Es2.195**) los jóvenes reunidos en aquella estrechez, todos querían confesarse. Cómo hacer? Los confesores eran sólo dos y los chicos eran casi doscientos, apretados como sardinas en banasta. -Así no se puede seguir, dijo el buen teólogo Borel; hay que buscar un lugar más a propósito. Entonces don Bosco se presentó al arzobispo monseñor Fransoni, le expuso lo que se había ya hecho con su consentimiento, el bien conseguido y el que podría obtenerse en adelante. El Arzobispo, aunque comprendía muy bien la importancia de aquella obra, no obstante preguntó: -No podrían estos muchachos acudir a sus respectivas parroquias? En su prudencia conocía que hubiera podido presentarse algún obstáculo por parte de los párrocos. Don Bosco le respondió: -Varios de estos muchachos son forasteros y pasan en Turín solamente una parte ((**It2.249**)) del año. No saben ni a qué parroquia pertenecen. Muchos van mal vestidos, hablan dialectos poco inteligibles y, por tanto, entienden poco y son poco entendidos. Además, algunos son ya mayorcitos y no se atreven a juntarse en clase con los pequeños. Los que son de la ciudad, o por negligencia de los padres, o por las diversiones, o arrastrados por los malos compañeros, nunca o casi nunca se asoman por las iglesias. Bastó esto para que el amable Pastor dijera a don Bosco: -Siga, pues, adelante, y haga cuanto juzgue oportuno para el bien de las almas. Le doy cuantas facilidades le sean necesarias: bendigo a usted y bendigo a su obra y le ayudaré en lo que pueda. Por lo que me dice, veo que necesita un local más amplio y apropiado. Hable con la señora marquesa Barolo, a quien yo mismo escribiré. Quizás ella le facilite otro local más cómodo, próximo al Refugio. Don Bosco fue a hablar con la Marquesa; y como hasta agosto del año siguiente 1845 no se abría el Hospitalito, la buena señora accedió a que se habilitaran para los jovencitos dos espaciosas habitaciones. Para ir a ellas, se pasaba por la puerta de dicho hospital y, por el callejón que separa la obra del Cottolengo del edificio, se llegaba hasta la actual habitación de los sacerdotes y, por la escalera interior, se subía hasta la tercera planta. Esta estaba destinada para recreo de los sacerdotes del Refugio, cuando trasladaran su habitación a la segunda planta. Este fue el lugar elegido por la divina Providencia para la primera iglesia del Oratorio. El Superior Eclesiástico, por decreto del 6 de diciembre, concedía a don Bosco la facultad de bendecirla, de celebrar (**Es2.195**))
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