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los jóvenes reunidos en aquella estrechez, todos
querían confesarse. Cómo hacer? Los confesores
eran sólo dos y los chicos eran casi doscientos,
apretados como sardinas en banasta.
-Así no se puede seguir, dijo el buen teólogo
Borel; hay que buscar un lugar más a propósito.
Entonces don Bosco se presentó al arzobispo
monseñor Fransoni, le expuso lo que se había ya
hecho con su consentimiento, el bien conseguido y
el que podría obtenerse en adelante. El Arzobispo,
aunque comprendía muy bien la importancia de
aquella obra, no obstante preguntó:
-No podrían estos muchachos acudir a sus
respectivas parroquias?
En su prudencia conocía que hubiera podido
presentarse algún obstáculo por parte de los
párrocos. Don Bosco le respondió:
-Varios de estos muchachos son forasteros y
pasan en Turín solamente una parte ((**It2.249**)) del
año. No saben ni a qué parroquia pertenecen.
Muchos van mal vestidos, hablan dialectos poco
inteligibles y, por tanto, entienden poco y son
poco entendidos. Además, algunos son ya mayorcitos
y no se atreven a juntarse en clase con los
pequeños. Los que son de la ciudad, o por
negligencia de los padres, o por las diversiones,
o arrastrados por los malos compañeros, nunca o
casi nunca se asoman por las iglesias.
Bastó esto para que el amable Pastor dijera a
don Bosco:
-Siga, pues, adelante, y haga cuanto juzgue
oportuno para el bien de las almas. Le doy cuantas
facilidades le sean necesarias: bendigo a usted y
bendigo a su obra y le ayudaré en lo que pueda.
Por lo que me dice, veo que necesita un local más
amplio y apropiado. Hable con la señora marquesa
Barolo, a quien yo mismo escribiré. Quizás ella le
facilite otro local más cómodo, próximo al
Refugio.
Don Bosco fue a hablar con la Marquesa; y como
hasta agosto del año siguiente 1845 no se abría el
Hospitalito, la buena señora accedió a que se
habilitaran para los jovencitos dos espaciosas
habitaciones. Para ir a ellas, se pasaba por la
puerta de dicho hospital y, por el callejón que
separa la obra del Cottolengo del edificio, se
llegaba hasta la actual habitación de los
sacerdotes y, por la escalera interior, se subía
hasta la tercera planta. Esta estaba destinada
para recreo de los sacerdotes del Refugio, cuando
trasladaran su habitación a la segunda planta.
Este fue el lugar elegido por la divina
Providencia para la primera iglesia del Oratorio.
El Superior Eclesiástico, por decreto del 6 de
diciembre, concedía a don Bosco la facultad de
bendecirla, de celebrar
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