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motivos especiales no fueran allí por la mañana,
sino después del mediodía.
Y así el tercer domingo de octubre, día
dedicado a la Pureza de la Virgen María, una turba
de jovenzuelos de diversa edad y condición corría,
poco después del mediodía, hacia Valdocco buscando
a don Bosco ((**It2.246**)) y el
nuevo Oratorio.
-Dónde está don Bosco? Dónde está el Oratorio?
íDon Bosco! íDon Bosco!, repetían a grandes voces.
Era una invasión de muchachos. A las voces y
gritos de aquella multitud de chiquillos, los
habitantes de las casas vecinas salieron fuera
enseguida casi asustados; temían que hubieran ido
allí con alguna mala intención. Como en aquella
barriada no se había oído hablar de don Bosco ni
del Oratorio, la gente enfadada respondía:
-Qué don Bosco ni qué Oratorio? Fuera de aquí,
muchachos.
Los chicos, creyéndose burlados, alzaban más la
voz e insistían en sus pretensiones. Los vecinos,
a su vez, se creían insultados y oponían amenazas
y golpes. Las cosas empezaban a tomar mal cariz,
cuando don Bosco oyendo el griterío, se dio cuenta
de que eran sus muchachos amigos, que andaban
buscándole a él y al nuevo Oratorio. Se les oía
repetir:
-íEl nos ha dicho que viniéramos aquí! Cuál es
su puerta?
Y un joven que se les había juntado, señalaba
la puerta gritando con voz estentórea:
-Aquí está don Bosco, venid conmigo.
En aquel momento don Bosco salió de casa.
Al aparecer ante ellos, empezaron todos a
gritar:
-íOh, don Bosco.., don Bosco... Dónde está el
Oratorio? Hemos venido al Oratorio.
Y juntos corrían hacia él. Así cesó el
altercado. Ante el cambio de escena, la gente
cambió el enfado por la admiración: abrían los
ojos y preguntaban quién era aquel sacerdote,
quiénes eran aquellos chicos... A la pregunta de
dónde estaba el Oratorio, el hábil y buen Director
les respondió que el verdadero Oratorio no estaba
todavía acabado; pero que, entretanto, subieran a
su habitación, que como era bastante espaciosa
serviría para el caso. Aquel tropel se lanzó
escaleras arriba, a ver quién llegaba primero a la
habitación de don Bosco. Y una vez allí, uno se
sentaba sobre la cama, otro sobre la mesa, quien
por tierra, quieri sobre ((**It2.247**)) el
antepecho de la ventana. Aquel domingo las cosas
fueron bastante bien, aunque en aquel lugar no
pudieron jugar como se habían imaginado; pero
quedaron satisfechos. Por otra parte, a falta de
lo demás, suplían la bondad, el
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