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que hablaba con él, escribe don Bosco, aprendía
alguna lección de celo sacerdotal y recibía algún
buen consejo. Durante los tres años que pasé en la
Residencia Sacerdotal, me invitó muchas veces a
ayudarle en las funciones sagradas, a predicar y
confesar juntamente con él, de modo que ya
conocía, y casi me era familiar, el campo de su
trabajo en el Refugio. Hablamos muchas veces
extensamente sobre el modo de ayudarnos para
visitar las cárceles y cumplir los deberes que se
nos confiaban>>.
Los dos ministros del Señor, animados de un
mismo espíritu, sostuvieron largas charlas y
concertaron cómo asistir del mejor modo posible a
los muchachos cuya moralidad y abandono requerían
más cuidados cada día. Se preparó, para residencia
de don Bosco, la habitación sobre el vestíbulo de
la primera puerta de entrada en el Refugio, que
daba a la calle que posteriormente se llamó
Cottolengo. Junto a esa habitación estaba
precisamente la del teólogo Borel. En la planta
baja habitaba el portero. Pero don Bosco debía
trasladar también allí su Oratorio. Dio una ojeada
al edificio. -Y dónde recoger a los muchachos?-La
falta de sitio le daba pena.
-No apurarse, dijo el teólogo Borel; la
habitación destinada para usted puede servir por
el momento; después veremos cómo nos las
arreglamos.
-Es que ya son muchos los chicos que van a San
Francisco de Asís, observaba don Bosco.
-Cuando podamos ocupar el edificio destinado a
los ((**It2.242**))
sacerdotes en el Hospital, creo que podremos
contar con otro sitio mejor.
Don Bosco volvió a la Residencia algo
preocupado; pero considerando, como muchas veces
nos dijo, una señalada gracia del Señor el poder
tratar tan de cerca con el santo varón, el teólogo
Borel, sentía una gran consuelo en su corazón.
También consideró una gran fortuna el tener que
convivir con don Sebastián Pacchiotti, otro
piadoso sacerdote empleado en el Refugio, con el
cual había contraído ya una buena amistad.
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