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de la saboyana Sor Clemencia, de la Congregación
de San José. El admirable resultado de estas
novicias, y de las que posteriormente profesaron,
demostró la aptitud de Sor Clemencia para tal
cargo.
Con estas religiosas, preparadas para la
enseñanza, tuvo vida el Colegio.
Junto a él plantó otra casa para treinta
huerfanitas, que se llamaron Julietas, en recuerdo
de su nombre; cada una de ellas, al terminar el
período de su educación y salir del
establecimiento, recibía una dote de quinientas
liras.
Fundó en varios puntos de la ciudad las
llamadas <> (hogares) para muchachas
obreras, que aprendían diversos oficios en las
tiendas. Cada familia tenía una madre, que gozaba
de alojamiento y asignación anual y se encargaba
del gobierno del grupo que se le confiaba. Este
grupo acudía a la comida preparada por la madre y
con ella se reunían por la tarde al volver del
trabajo. Allí estudiaban catecismo, aprendían a
leer y ((**It2.236**))
escribir, trabajaban en la costura o el bordado,
en la cocina y en los demás quehaceres domésticos.
Estas jovencitas, que debían ser de buenas
costumbres, iban por la mañana a oír la santa
misa, y los domingos asistían a todas las
funciones parroquiales.
Habiendo sabido que en la diócesis de Pinerolo
había varias parroquias pobres, sin escuela
femenina, y padres que mandaban a sus hijos a
escuelas protestantes, suministró a Monseñor
Charvaz el dinero necesario para organizar
escuelas católicas; encargó a las Damas del
Sagrado Corazón que prepararan maestras y
estableció las medidas oportunas para que éstas se
reuniesen, cada año, en el monasterio de las
mismas Damas para hacer ejercicios espirituales.
Cuando el rey Carlos Alberto llamó a las
Adoratrices Perpetuas de Jesús Sacramentado de
Roma, asignando los primeros dineros para la
fundación, la Marquesa destinó enseguida una suma
conveniente para el sustento de las monjas.
La noble señora redactaba e imponía reglamentos
y señalaba réditos que aseguraran la perpetua
existencia de todas las instituciones que fundaba.
El Refugio había sido la primera de estas
Instituciones en orden de tiempo. Acudían a la
Marquesa muchas jóvenes desgraciadas, que
necesitaban una mano piadosa que las levantara.
Ella reconciliaba a unas con su padre, sacaba a
otras de ignominiosa esclavitud, y les procuraba
una honesta colocación. Pensaba, entretanto, en
construir un asilo para las arrepentidas, capaz
para más de doscientas personas; y lo construyó en
Valdocco, poniéndolo bajo el patrocinio de María
Santísima Refugium peccatorum (refugio de
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