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``empiezo'', y resulta que se sienta. Al llegar a
cierto punto, por ejemplo antes de la peroración,
se vuelve a sentar, sin que el pueblo sepa por
qué. Yo soy del parecer que, salvo cuando hay que
recomendar la limosna, 1 el sermón debe hacerse de
un tirón. Además hay que explicar y descender a
las circunstancias más insignificantes del hecho
del que se quiere sacar una aplicación moral. Y
sobre todo y por encima de todo, lo repetiré mil
veces, es necesario que el pueblo entienda; que
todo lo que se dice esté al alcance de su
inteligencia y no se diga nada difícil u obscuro.
A veces serán cosas triviales; pero, desmenuzadas,
acaban por causar gran impresión. Yo me lanzaba
sin ((**It2.230**)) método
y sin cuidar las reglas oratorias, preocupado
únicamente de que se me entendiera y de poner de
relieve aquellos detalles que, por lo general, son
del gusto del pueblo. Por esto iba a escucharme de
buen grado un gentío inmenso. No hubieran ido si
mis sermones hubieran sido preparados con
``exordio, primera y segunda parte''y diciendo
``en el primer punto quiero demostrar y en el
segundo pasaré a probar...''. Estos artificios son
demasiado magistrales y el pueblo no los entiende.
>>Para prepararse y llevar cierto orden en el
sermón creo que lo principal es señalar bien el
tema. Lo demás debe seguir de una forma natural.
Si el esquema está bien preparado, ya está todo;
las palabras las prestan las circunstancias. El
exordio debe tomarse de cualquier detalle del
lugar, del tiempo, de la ocasión. Resultan de gran
utilidad las comparaciones, las parábolas, las
fábulas y los apólogos. Con ellos se puede grabar
una verdad en la mente, de suerte que no se borre
jamás en la vida. Recuerdo todavía la impresión
que causé con un sermón en el que me proponía
explicar que Dios bene omnia fecit (todo lo hizo
bien), esto es, que Dios es el que dispone las
cosas como son, y que el conjunto es de un orden
admirable, dirigido al bien del hombre, para
después exhortar al pueblo a tomar todo lo que le
sucede como enviado directamente por Dios. Conté
la famosa parábola de aquel viajero, cansado del
camino, que se paró a la sombra de unas encinas, y
mirando a una y otra parte, pensaba para sus
adentros: Por qué el Señor habrá dado a unos
árboles tan gruesos y tan altos como las encinas,
un fruto tan pequeño como la
1 Alude a la forma retórica de la oratoria
sagrada italiana de su tiempo: solía haber en ella
varias pausas, como por ejemplo, después del
exordio, antes de la peroración o última parte del
discurso y cuando se iba a proceder a pasar el
cepillo, que el predicador anunciaba diciendo:
<>. (N. del T.)
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