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-No se inclina más a una cosa que a otra?
-Me inclino hacia la juventud; usted haga de mí
lo que quiera. Veré la voluntad de Dios en su
consejo.
-Qué es lo que llena en este momento su
corazón? Qué corre por su mente?
-En este momento me parece encontrarme en medio
de una turba de muchachos que piden ayuda.
-Pues entonces, márchese de vacaciones una
semanita. A la vuelta ya le diré su destino.
((**It2.227**)) Don
Bosco había pensado ir a Canelli. El día de la
salida por la mañana, mientras se arreglaba, le
llamó don Cafasso y le dijo:
-Deseo que me diga si ha pensado en lo que le
dije.
-Ya que me pregunta, respondió don Bosco, le
diré que prefiero la Residencia y prepararme para
la clase de repaso de la tarde.
-Bien, atienda ahora a sus cosas.
Don Bosco dijo que se inclinaba por el empleo
de la Residencia, pues no sabía de otro lugar
donde poder reunir a sus pequeños amigos.
Salió, pues, de Turín, pernoctó en Asti y
siguió hasta Canelli con don Carlos Palazzolo,
para predicar unos Ejercicios en aquella
población. Iban a pie, el camino era bastante
largo, y les sorprendió un aguacero que duró mucho
tiempo. Como estaban empapados, al atardecer se
refugiaron en una granja próxima al camino, cerca
de Riva de Chieri, propiedad de un tal Genta.
Estaba éste cociendo el pan: al verlos llegar, tan
malparados, temió que fueran maleantes
disfrazados. Pero, cerciorado de que eran personas
de bien, los acogió generosamente; les prestó
ropa, les preparó una buena cena y fue a una
capilla próxima para procurarles un breviario. El
capellán, al enterarse de la llegada de los dos
forasteros, fue a saludarlos y se entretuvo
conversado con ellos hasta media noche.
Descansaron, y al día siguiente prosiguieron su
viaje. Se encontraron en el camino con un
carretero que, de cuando en cuando, profería
horribles blasfemias para animar a sus
caballerías. Don Palazzolo no pudo contenerse y,
dirigiéndose al carretero, le dijo:
-Son éstas sus jaculatorias? Así profana usted
el santo nombre de Dios?
Y siguió con sus reproches. El carretero,
enfurecido, empezó ((**It2.228**)) a
renegar contra él: que no era hombre para aguantar
reprimendas; que los curas no eran mejores que los
otros, y que se cuidase de sí mismo, porque si no
terminaría mal.
Don Palazzolo respondió en el mismo tono: la
cosa se ponía seria,
(**Es2.180**))
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