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((**It2.220**)) Y la
ciencia de los santos es la prudencia. 2
Al igual de la serpiente, escondía la cabeza a
los golpes del enemigo, procurando la salvación de
su alma y la del prójimo, por todos los medios a
su alcance. No transigía en ello: era del todo
inflexible. Por lo demás, evitaba, en las palabras
y en los escritos, toda cuestión de política, para
no caer en sospecha y verse impedido de hacer el
bien. En una época tan difícil como aquélla se
abstenía de oponerse públicamente con actos contra
el Gobierno, atribuyendo francamente los
desórdenes que sucedían, aún en daño de la
Iglesia, a las sectas y a los empleados que
abusaban de su cargo. Era parco en el hablar, y
ponderaba sus palabras. Sabía callar lo que
pudiese ocasionar algún daño o impedir el bien;
era fidelísimo en la guarda de un secreto. Nunca
se permitía el menor calificativo que pudiese ser
perjudicial a la autoridad o a cualquier persona.
Rendía honor a quien le era debido por su posición
social, y demostraba su reconocimiento hasta por
la simple apariencia de un beneficio. Estaba
siempre bien dispuesto a prestar un servicio a los
mismos adversarios; les defendía si eran
injustamente acusados, los alababa por lo bueno
que habían hecho, o por su ciencia e ingenio. Era
paciente en las represiones, las acusaciones
injustas, y las persecuciones; sabía dominarse a
sí mismo, mantenerse en calma, ceder cuando no era
obligatoria la resistencia, no olvidando lo que
sugería el divino Salvador para evitar males
mayores: Ofreced la mejilla a quien ((**It2.221**)) os da
una bofetada, dad la túnica a quien os quita la
capa, caminad dos millas con un soldado que os
obliga a llevar su mochila una milla. Con todo, y
es algo maravilloso, rara vez se encontró en estas
circunstancias, pues la Providencia dispuso que
don Bosco se encontrase con personajes de la alta
política y hasta sectarios que, seguros de su
lealtad y reserva, acudían a él por motivos
personales o de familia y encontraban al hombre de
la caridad eficaz. Y, como si esto no bastara,
supo don Bosco en más de una ocasión, desbaratar
intrigas perjudiciales a la fama, a los bienes de
alguno de sus poderosos oponentes, prevenir sus
honestos deseos, y así ganárselos indirectamente y
hacérselos benévolos. En todo esto procedía
siempre con la naturalidad de quien posee el
hábito de la prudencia, adquirida a fuerza de
actos prácticos repetidos.
1 Mateo X, 16.
2 Proverbios IX, 10.
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