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los oídos católicos. Concedió que en los asilos de
infancia, además del crucifijo, se pusiera el
cuadro de la Virgen Santísima. Pedagogo de
verdadero valor como era, pese a sus pequeños o
grandes defectos y a una vida nada conforme con la
santidad de su carácter sacerdotal, sostuvo
después la orientación ortodoxa de las escuelas,
es decir, la educación fundada en las creencias y
sentimientos religiosos. También es digno de
alabanza porque en 1848, de acuerdo con la
voluntad del Papa, renunció al arzobispado de
Génova, para el cual le había propuesto el
Ministro del Rey. Contribuyó don Bosco, al menos
indirectamente, a estas prudentes determinaciones
de Aporti? Sea como fuere, nosotros sabemos que
don Bosco nunca se acercaba a una persona, aunque
fuese jefe de Estado, sin hacerle oír directa o
indirectamente una palabra de Dios y de la
eternidad. Se ha constatado también que cualquiera
que ((**It2.219**)) le
trataba se sentía movido a la reforma moral o
religiosa de la vida, o, al menos, a mejorar
alguno de sus actos. Tenía una virtud especial
para adueñarse de los corazones. Aún ciertos
sectarios obstinados, en todo menos quebrantar sus
juramentos, le concedían cuanto sabía pedirles
para la beneficiencia y la religión. Eran como
aquel rey, que teniendo a Juan Bautista por un
hombre justo y santo, lo defendía, seguía en
muchas cosas sus razones y lo escuchaba de buena
gana. En medio de tantas oposiciones y
persecuciones como hubo de sostener don Bosco por
parte de todos los Ministerios que se sucedieron
por más de treinta años, tuvo siempre protectores
y amigos en todas las dependencias del Estado, y
salió siempre incólume hasta en las causas que
parecían sin posible solución. Aun después de su
muerte, una súplica presentada a los más altos
personajes políticos recordando a don Bosco, era
como un conjuro, y se conmovían y concedían lo que
se pedía.
Qué es lo que daba a don Bosco tanto
ascendiente en el corazón de los hombres? Causaba
admiración su inagotable caridad por los hijos de
los pobres, su espíritu fuerte, activo, resuelto,
sin más preocupación que la verdad y la justicia.
Ningún obstáculo podía detenerle: sus intenciones
eran siempre rectas. Sufría, luchaba, rezaba;
estaba dispuesto, si era el caso, a dar la vida
por su noble misión. Su energía estaba libre de
toda obstinación y orgullo; tendía impávido a la
meta, cuando así era la voluntad de Dios y lo
requería el bien de la sociedad y de sus propios
adversarios. Jamás se dejó dominar por un falso
celo. Procedía con tranquilidad, sin caprichos,
con actos fantásticos o improvisados, o bien con
precipitada deliberación.
Su norma constante fue el consejo de Jesucristo
a los Apóstoles:
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