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personaje temible, elevado por las sectas hasta
las nubes. No se trataba de escuela, ni de métodos
racionalistas pedagógicos, sino de los principios
religiosos del maestro. Le invitó a abandonar sus
lecciones de pedagogía, que él y todos los buenos
juzgaban sospechosas de herejía, peligrosas para
la fe y contrarias a lo que prescribían los
reglamentos escolares del Estado. Le advirtió al
mismo tiempo que, de persistir, se vería obligado,
muy a su pesar, a tomar medidas disciplinares.
El Arzobispo cumplía de ese modo con un sagrado
deber. Aporti no hizo el menor caso de la
amonestación; siguió con sus lecciones y, después
de algún tiempo dejó de celebrar la santa misa. Al
conocerse esta determinación, hubo en el campo
liberal muchísimo alboroto y se emitieron juicios
muy diversos hasta entre los defensores de la
religión.
Don Bosco permaneció fuera de combate en esta
lamentable controversia; todos le consideraban
como un hombre que no se mezclaba en semejantes
asuntos. Es más, después de esperar bastante
tiempo a que la injusta ira de Aporti se calmara
un tanto y de aconsejarse ciertamente con don
Cafasso y obtener permiso del Arzobispo, reanudó
con él las buenas relaciones, aunque con prudente
cautela. Pretendía él fundar escuelas dominicales
y nocturnas y estaba resuelto a implantarlas
apenas la divina Providencia le suministrara los
medios. Sus planes eran de una grandiosidad
maravillosa, pero los guardaba ocultos en su
corazón. Necesitaba un protector que, en
principio, le respaldara en medio de las
contradicciones, que le ayudara a superar las
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dificultades, si se presentaban, y que gozase de
gran autoridad sobre los que manejaban la
instrucción pública. Aporti era en aquellos años
el árbitro supremo, y don Bosco había formado sus
planes sobre él. Se había ganado su estima al
mostrarse amigo sincero de la instrucción popular
y pedirle a veces normas sobre el modo de dar
clase. Tanto más que don Bosco, sin hablar mucho,
tenía una gracia especial para mantener la
conversación de forma que siempre hacía resaltar
las habilidades de las personas que con él
trataban. Daremos pruebas de ello en el discurso
de nuestra narración.
Pero, si don Bosco supo beneficiarse de la
protección del abate Aporti para sus obras
católicas, también estamos persuadidos de que se
la recompensó cuanto pudo, con sugerencias
prácticas para provecho de su alma. En efecto, al
principio, Aporti quería aprovecharse del aura
popular de los sectarios para sus ventajas
personales; pero, más tarde, cambió ciertas
proposiciones que no sonaban bien a
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