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clase. Temía, tal vez, que los maestros sacerdotes
más jóvenes sufrieran daño. Pues, en efecto,
seguía creciendo el fermento producido por las
obras de Gioberti.
Pero algunos obispos y otros distinguidos
personajes no pensaban del todo como él. Preveían
que estas instituciones durarían. Y, en efecto, en
1845, despachos oficiales del primero de agosto
destinaban la escuela superior de metodología,
emplazada en la universidad, para la formación de
profesores de metodología. El curso debía durar un
año escolar entero. Las escuelas provinciales de
metodología, destinadas a formar maestros para las
escuelas elementales, empezaban el 1 de agosto y
terminaban el 20 de octubre. El abate Aporti era
siempre el inspirador y organizador de todo. Por
esto, monseñor Losana, obispo de Biella y
consejero extraordinario de Estado, a la par que
aprobaba tales escuelas con todo lo que tenían de
bueno, para impedir la temida difusión de
principios poco cristianos entre el pueblo, se
apresuraba a obligar a sus clérigos a presentarse
a examen para las respectivas patentes de maestro,
como condición necesaria para ser admitidos al
sacerdocio.
((**It2.215**)) La
misma diligencia empleaba el obispo monseñor
Ghilardi para mantener la enseñanza elemental en
manos de su clero; y ambos triunfaron con sus
medidas. Monseñor Charvaz mandó desde Pinerolo a
su Vicario General para asistir a las lecciones
del abate Aporti.
También pesaban sobre el corazón de monseñor
Fransoni los asilos de infancia y las escuelas
nocturnas y dominicales que se iban preparando. En
cuanto a los asilos, no hubiera sido difícil
prevenir el mal, confiándolos a alguna
congregación religiosa femenina, para que los
niños recibieran los principios de una buena y
cristiana educación. Solamente se trataba de
multiplicar las maestras, cosa fácil entonces,
pues todavía no habían salido disposiciones
legales para el reconocimiento de estas docentes.
Así lo habían hecho el marqués y la marquesa de
Barolo, afortunadamente imitados por muchísimos
municipios y muchos bienhechores de la infancia.
Mas, por desgracia, no se pensaba, ni se podía
imaginar en aquellos años, que esta institución se
extendería a todos los pueblos y ciudades y que,
al multiplicarse las fábricas donde entrarían
muchísimas obreras, resultaría una necesidad moral
establecer un lugar donde atender a los niños
pequeños.
En cuanto a las escuelas nocturnas y
dominicales, monseñor Fransoni pidió su parecer,
para formarse una idea exacta, al señor Durando,
superior de la Misión, el cual le dio por escrito
esta sabia
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