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de quien tenía noticias de ciertas reuniones
secretas. Varios maestros, en efecto, formaban una
impía y oculta conjuración para quitar de las
escuelas toda idea de religión revelada.
Estudiaban con astucia satánica proyectos y
programas para, poco a poco, insensiblemente, con
constancia y paciencia de años, concluir, si fuera
posible, aniquilando ((**It2.212**)) la fe
en el corazón de los alumnos. Por eso el Arzobispo
temía las insidias que se tramaban contra el altar
y, en consecuencia, también contra el trono. La
situación de los que habían recibido aquellas
insidiosas confidencias era delicadísima y rogaban
a Monseñor no diera a conocer por quién había
sabido esas cosas. Su prudencia era tal, que no
comprometía a ninguno.
Pero deseaba ansiosamente saber con exactitud
qué se enseñaba en la nueva escuela de
metodología, pues, a causa de lo contradictorio de
las noticias, no lograba ver claro. Encargó, pues,
a don Bosco que se informara y le tuviera al
corriente. Así que don Bosco asistía a las
lecciones de Aporti en la Universidad. Pronto
contrajo corteses relaciones con el Abate. Acudía
gran número de maestros a escucharlo, de modo que
la espaciosa sala estaba completamente llena.
Estaban, entre los alumnos de Aporti, el Abate
Jacobo Bernardi, emigrado veneciano de gran
cultura, y el profesor Raineri, hombre de rectos
principios e informadísimo en pedagogía, que por
sencillez de ánimo se declaraba discípulo de
Aporti. Se sentaban en primera fila unos quince o
veinte muchachos, a los que daba una lección
práctica, y así enseñaba indirectamente a los
maestros cómo había que dar la clase. No era fácil
formarse una idea clara de su sistema pedagógico
religioso, porque lo exponía con diversas y
oscuras tendencias que ocultaban su verdadero
propósito. Pero don Bosco no tardó en advertir que
indirectamente quedaban excluídos de aquellas
lecciones los santos misterios de la religión.
Aporti no quería se hablase nunca del infierno a
los muchachos. Una vez exclamó:
-Pero, por qué hablar a los niños del infierno?
Estos tétricos pensamientos les hacen daño; son
temores que no van bien para la educación.
Así impedía el santo temor de Dios. Luego
soltaba frases que, si no atacaban directamente a
la ((**It2.213**))
religión, bien se podían tener como inficionadas
de herejía. Preguntaba, por ejemplo, uno por uno a
los alumnos:
-Quién es Jesucristo?
Unos respondían una cosa, otros otra; y,
después de muchas preguntas, pronunciaba él
magistralmente su sentencia:
-Jesucristo, el Verbo de Dios, es la verdad
eterna sobrenatural.
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