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((**Es2.164**) ocupación donde ejercitar el sagrado ministerio en provecho de las almas. Aunque se sentía profundamente inclinado a dedicarse muy particularmente al bien de los muchachos más abandonados, a través de los Oratorios festivos, no quería fiarse de su propio juicio, temiendo que aun en los sueños, por otra parte tan claros, pudiera haber alguna ilusión. Llegaba entretanto el momento en que, según el reglamento, nuestro querido don Bosco debía dedicarse a una función ministerial determinada y dejar la Residencia Sacerdotal. Varios párrocos lo deseaban y lo pedían como Coadjutor. Entre otros el rector de Cinzano don José Comollo, tío del difunto seminarista Luis Comollo, lo había pedido para Ecónomo de su parroquia, que él no podía regir por su edad y enfermedades, y había ya obtenido el consentimiento del arzobispo Fransoni. El venerado anciano estaba para terminar sus días y, por tanto, poco tiempo hubiera durado don Bosco en tal cargo. Sin embargo, Dios, que velaba por tantos pobres jovencitos, dirigía también los caminos del que debía ser el valioso instrumento de su salvación. Un día el teólogo Guala que todavía no sabía nada de la decisión de Monseñor, llamó a don Bosco a su despacho y le aconsejó escribiera una carta de agradecimiento al egregio prelado, rogándole al mismo tiempo le dispensara de aquel honroso cargo, al que por otra parte, no sentía la menor inclinación. Don Bosco obedeció y fue atendido. De donde puede deducirse que también el teólogo Guala preveía el futuro destino de don Bosco. ((**It2.206**)) Como quiera que en San Ignacio iban a empezar los santos ejercicios espirituales, dijo don Cafasso a don Bosco: -Para que su vocación quede bien decidida, necesita reflexionar sobre ella ante el Señor y rezar, rezar mucho todavía. Precisamente van a empezar los ejercicios espirituales en San Ignacio. Vaya a hacerlos. Pida a Dios que le muestre claramente su voluntad; cuando vuelva ya me contará. Don Bosco acompañó a don Cafasso, el cual previendo la amplia misión y la gravísima responsabilidad que había de tomar sobre sí su discípulo, quería prepararlo para ser digno ejecutor de los designios divinos. Era el mes de junio. Don Cafasso predicaba por vez primera las meditaciones a los sacerdotes. Durante diez años se había preparado también para las instrucciones, y, en adelante, continuó predicándolas casi todos los años en una o dos tandas de ejercicios hasta el fin de su vida. Su palabra clara, sencilla, exacta al exponer los deberes cristianos y sacerdotales, estaba llena de santa unción, penetraba en el corazón, provocaba las lágrimas, convertía, hacía un (**Es2.164**))
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