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ocupación donde ejercitar el sagrado ministerio en
provecho de las almas. Aunque se sentía
profundamente inclinado a dedicarse muy
particularmente al bien de los muchachos más
abandonados, a través de los Oratorios festivos,
no quería fiarse de su propio juicio, temiendo que
aun en los sueños, por otra parte tan claros,
pudiera haber alguna ilusión.
Llegaba entretanto el momento en que, según el
reglamento, nuestro querido don Bosco debía
dedicarse a una función ministerial determinada y
dejar la Residencia Sacerdotal. Varios párrocos lo
deseaban y lo pedían como Coadjutor. Entre otros
el rector de Cinzano don José Comollo, tío del
difunto seminarista Luis Comollo, lo había pedido
para Ecónomo de su parroquia, que él no podía
regir por su edad y enfermedades, y había ya
obtenido el consentimiento del arzobispo Fransoni.
El venerado anciano estaba para terminar sus días
y, por tanto, poco tiempo hubiera durado don Bosco
en tal cargo. Sin embargo, Dios, que velaba por
tantos pobres jovencitos, dirigía también los
caminos del que debía ser el valioso instrumento
de su salvación. Un día el teólogo Guala que
todavía no sabía nada de la decisión de Monseñor,
llamó a don Bosco a su despacho y le aconsejó
escribiera una carta de agradecimiento al egregio
prelado, rogándole al mismo tiempo le dispensara
de aquel honroso cargo, al que por otra parte, no
sentía la menor inclinación. Don Bosco obedeció y
fue atendido. De donde puede deducirse que también
el teólogo Guala preveía el futuro destino de don
Bosco.
((**It2.206**)) Como
quiera que en San Ignacio iban a empezar los
santos ejercicios espirituales, dijo don Cafasso a
don Bosco:
-Para que su vocación quede bien decidida,
necesita reflexionar sobre ella ante el Señor y
rezar, rezar mucho todavía. Precisamente van a
empezar los ejercicios espirituales en San
Ignacio. Vaya a hacerlos. Pida a Dios que le
muestre claramente su voluntad; cuando vuelva ya
me contará.
Don Bosco acompañó a don Cafasso, el cual
previendo la amplia misión y la gravísima
responsabilidad que había de tomar sobre sí su
discípulo, quería prepararlo para ser digno
ejecutor de los designios divinos. Era el mes de
junio. Don Cafasso predicaba por vez primera las
meditaciones a los sacerdotes. Durante diez años
se había preparado también para las instrucciones,
y, en adelante, continuó predicándolas casi todos
los años en una o dos tandas de ejercicios hasta
el fin de su vida. Su palabra clara, sencilla,
exacta al exponer los deberes cristianos y
sacerdotales, estaba llena de santa unción,
penetraba en el corazón, provocaba las lágrimas,
convertía, hacía un
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