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Y siempre que se encontraba con él, le decía:
-Cómo va el sastre?
Don Bosco, que entendía el sentido de la
pregunta, respondía:
-Estoy esperando sus órdenes.
En efecto, don Cafasso escudriñaba con criterio
finísimo y penetrante el carácter de los alumnos y
sus disposiciones, para asignarles más tarde el
lugar que les convenía en la casa de Dios. <((**It2.203**)) le
decía: usted será un excelente capellán de las
cárceles; o bien, su misión es asistir a los
enfermos en los hospitales, donde hará mucho bien.
A otros: llegará a ser un celebrado y eficaz
predicador cuaresmal, un celoso misionero
apostólico, un gran maestro y catequista, un
consejero idóneo para las cosas del espíritu. Y el
éxito confirmaba siempre sus palabras>>. Por esto
los alumnos de la Residencia ponían ilimitada
confianza en sus consejos y ninguno tuvo que
arrepentirse de haberlos seguido.
Pero la preocupación mayor de don Bosco en la
Residencia era la del estudio. Las demás
ocupaciones, aunque muy metido en ellas, las
consideraba accesorias. Las cuestiones teológicas,
especialmente las relativas a historia sagrada y
eclesiástica, le ocupaban de tal modo, que su
estudio le llevaba de cabeza. Tenía sus propios
planes y, considerando la paz y el silencio que
reinaba en el convento del Monte y en el de
Nuestra Señora de la Campaña, donde se hallaban
algunos de sus buenos amigos, deseaba retirarse
por algún tiempo a los Capuchinos, o a otro lugar
solitario, para reflexionar sobre sus libros. Todo
esto él lo calculaba con miras a la predicación.
Habló un día con don Cafasso de estos sus
planes y él, sin responder palabra, se contentó
con sonreir.
Tampoco abandonaba el pensamiento de ser
misionero. Sentía también una fuerte inclinación a
llevar la luz del Evangelio a los infieles y
salvajes. Allí encontraría millones y millones de
niños. Le entusiasmaba el hecho de que los Oblatos
de María habían empezado en 1839 un camino difícil
y casi desconocido y habían entrado en
(**Es2.162**))
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