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al lado izquierdo del altar mayor. Lo destaparon y
apareció el cuerpo del santo joven incorrupto y
con las facciones intactas. ((**It2.195**)) Su
admiración y maravilla fue suma. Cortaron
pedacitos de su sotana y los guardaron como
reliquias. Pero hubo un detalle imperdonable: uno
de ellos le cortó un dedo. Cerraron la caja,
salieron sin ser vistos, volvieron a colocar la
losa y no dejaron la menor señal de la
exploración. Pocos días después uno de aquellos
compañeros fue a visitar a don Bosco y le dijo con
gran misterio:
-Quiero comunicarte una cosa de suma
importancia. Me prometes el secreto?
-Te lo prometo, con tal que no haya ninguna
ofensa de Dios o daño del prójimo.
-Puedes estar tranquilo: sólo que íay de
nosotros, si se llegara a saber!
Le contó, pues, lo sucedido, sacó luego de un
paquetito el dedo que había cortado y añadió:
-íTomé esta reliquia para ti!
Don Bosco no podía creer a sus ojos: aquella
carne estaba blanca y con el color de una persona
viva. Reflexionó un poco, reprochó el hecho, por
no haber contado con la necesaria autorización de
los superiores; no quiso admitir el regalo,
insistió en que fuera sepultado de nuevo en tierra
sagrada, y le hizo saber, además, las penas con
que las leyes civiles amenazaban a los violadores
de tumbas. Penetrado de horror, no pensó más en
ello, porque de todos modos podría a su tiempo
comprobarse la verdad de aquella declaración. Más
de cincuenta años después, debiéndose visitar por
obras de albañilería los subterráneos, no se
encontró más que el simple esqueleto del santo
seminarista.
La imprudencia, desde luego, fue hija de la
veneración y estima en que tenían a Comollo. Don
Bosco, para secundar los deseos de sus compañeros,
quiso perpetuar su recuerdo, ofreciendo un modelo
a los jóvenes y singularmente a los seminaristas.
La biografía de ((**It2.196**)) Luis
Comollo fue su primer opúsculo, y la escribió
estando todavía en el seminario. Cuando lo acabó,
lo presentó a los superiores para que lo
examinaran y dieran su parecer.
En la descripción del sueño espantoso de
Comollo antes de morir, había anotado, con la
intención de no publicarlos, los nombres de varias
personas que el amigo le había confiado haber
visto caer en el infierno o encontrarse ya en él.
Era como una prueba de la veracidad de la
narración. Se trataba de personajes distinguidos,
respetados y con fama de virtuosos, de modo que
los superiores, que eran
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