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canónigo Felipe Ravina, vicario general, para que
examinara la cuestión y diera su parecer; pero el
canónigo Zappata y otros del Capítulo
Metropolitano por él consultados, después de oír y
discutir, determinaron que no debía cambiarse
nada. Más tarde el canónigo Lorenzo Gastaldi, que
conocía las ideas de don Bosco, cuando llegó a ser
arzobispo de Turín, aceptó e introdujo en el
Compendio de la Doctrina Cristiana, si no todas,
varias de aquellas modificaciones.
Además de esto, con sus visitas al palacio
arzobispal, participaba don Bosco de las penas y
alegrías de su superior eclesiástico. En este año
le proporcionó un gran consuelo la entrada en la
Iglesia Católica de una señorita protestante,
tanto por la conversión de sí misma, cuanto por
las circunstancias que la acompañaron. Muchas
veces no contó éste y otros triunfos semejantes de
la gracia del Señor. El Rey y el Arzobispo estaban
por entonces en perfecta armonía. El hecho sucedió
en el mes de junio.
Una hija del embajador del rey de Holanda ante
la corte de Saboya, contrariada por sus padres en
su voluntad de abjurar del protestantismo y
abrazar la religión católica ((**It2.187**)) huía de
la casa paterna y se refugiaba en el convento de
las Canonesas Lateranenses, donde la inmunidad del
lugar la salvaría de toda violencia. El padre,
respaldado por los embajadores de Prusia e
Inglaterra, quería a toda costa que la hija
volviera a su casa. Monseñor Fransoni respondía:
-El derecho natural de abrazar la verdadera
religión es superior al de la autoridad paterna:
la hija goza de plena libertad para salir del
refugio que libremente ha escogido; con todo, se
autoriza al padre, o a persona por él delegada,
para ir a interrogar a la joven y cerciorarse de
si ha cambiado de idea; pero jamás permitiría que
fuera expulsada.
Las mismas razones aducía La Margherita en
nombre del Rey, añadiendo:
-El convento está protegido por la inmunidad
eclesiástica: ésta constituye un derecho superior
a los privilegios diplomáticos; no se puede
violentar la voluntad de la joven, por ser
extranjera.
En vano intentó oponerse el cuerpo diplomático;
y la joven abjuró en manos del señor Arzobispo los
errores de Lutero y de Calvino, se reconcilió poco
a poco con sus padres y perseveró fervorosa en la
religión católica. Así se entendía en aquellos
tiempos la libertad de conciencia: el débil
encontraba apoyo y defensa contra la injusta
opresión del fuerte.
Pero, mezcladas con las alegrías, no faltaban
razones para la ansiedad y el temor. Monseñor
Fransoni y don Bosco habían previsto
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