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ni me suelten: estaba resuelto a herirle a usted
para así ser castigado por la justicia.
A lo que parece, aquel infeliz hablaba en
broma, pero don Bosco sabía que de cierta gente no
se podía uno fiar demasiado. Sin embargo, él se
las arreglaba para atraerlos a los pies de
Jesucristo.
Pero estos felices resultados no se podían
lograr sin una grande y continua prudencia.
Estaban los guardianes con cuya benevolencia había
que contar para obtener libre acceso y para que no
pusieran estorbos o impedimentos para el bien que
se deseaba hacer a las almas. Estos, ya sea por su
oficio, ya sea por estar no sólo separados de la
sociedad, sino hasta despreciados por el consorcio
civil, se vuelven sombríos, bruscos e inclinados
al desprecio. Una ligera infracción del reglamento
carcelario por parte del sacerdote, una palabra de
compasión para los encarcelados mal interpretada
podía ser causa de un mal informe ante la
autoridad, que prohibiría la entrada en las
cárceles. Por eso don Bosco trataba a los
carceleros con mucha deferencia y expresiones de
estima y amistad, que en muchas circunstancias
eran ciertamente fruto de gran virtud. Su
tranquilidad para disimular sus descortesías, su
espíritu de caridad para interceder por los que
eran castigados, su generosidad para hacer llegar
a sus manos, con delicados pretextos, no pequeñas
propinas y otros regalos, le habían conquistado un
gran ascendiente sobre ellos.
((**It2.180**)) Un solo
hecho vale por mil.
Un día salía don Bosco de las salas de los
presos. Como no había ningún guardia para
acompañarle hasta la puerta, se equivocó de
escalera y entró en una habitación, que nunca
había visto hasta entonces. Encontróse allí con un
hombre, su mujer y su hija, los cuales, al verlo
aparecer, quedaron cortados y sin saber que decir.
Era el verdugo. Al darse cuenta don Bosco de la
equivocación y de donde estaba, les saludó
cordialmente con los buenos días. Aquella gente,
no acostumbraba a recibir visitas y a ser tratada
con respeto, correspondió al saludo y le preguntó
qué deseaba. Don Bosco, ya dueño de sí mismo,
dijo:
-Miren ustedes: me siento muy cansado y
necesitaría un poco de café; tendrían la bondad de
dármelo?
-Sí, sí, con mucho gusto, respondió la familia
alegre y presurosa.
La hija corrió a prepararlo. El verdugo miraba
a don Bosco maravillado y un tanto conmovido:
-Pero, don Bosco, sabe usted en qué casa ha
entrado?
-Claro que lo sé: en casa de un buen hombre.
(**Es2.144**))
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