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((**Es2.143**) los gérmenes de virtudes ahogadas por las espinas de los vicios, los recuerdos de su inocente niñez, el amor al pueblo natal, la angustia por la separación de la familia, la pena del honor perdido, y sabía cultivar con tanto acierto estos gérmenes, que al fin les obligaba a postrarse ante Dios, resueltos a cambiar de vida. íCuántas historias tristes y desoladoras había oído en las confidencias, en los desahogos de aquellos prisioneros que, con la cabeza apoyada sobre sus hombros, le descubrían con abandono filial las miserias más ocultas! Y los pobrecillos obtenían misericordia y perdón en el lugar mismo donde los hombres les ((**It2.178**)) condenaban y castigaban. Luego don Bosco les hablaba del amor infinito que Dios les tenía, mezclaba sus lágrimas con las suyas y les persuadía para aceptar los castigos de la justicia humana con espíritu de cristiana expiación. De esta manera pasaba muchas horas confesando en departamentos comunes, húmedos, sucios y malolientes, entre el jaleo de los mal dispuestos, y con la pena de no poder disponer a su voluntad del lugar y las personas para desahogar su celo. Hay allí cosas que humanamente repugnan, pero no había modo de remediarlo. El confesor tenía que escoger el sitio de menor estorbo. No había sillas; debía sentarse sobre un sucio jergón, y a lo mejor, junto a un inmundo recipiente, del que debía separarse un tanto, cuando algún detenido acudía para una necesidad. íQué asquerosidad! Y don Bosco, con paciencia heroica, se sobreponía a todas aquellas repugnancias. A la bondad y la paciencia unía, cuando era necesario, una franca firmeza. Un día entró en la enfermería, llamado por un muchacho gravemente enfermo, que quería confesarse. Sentóse junto a la cama y mientras confesaba vio bajo la almohada un enorme cuchillo, olvidado por un imprudente carcelero. Don Bosco lo tomó hábilmente y se lo guardó en el bolso. El preso, acabada la confesión, se vuelve adonde estaba el cuchillo. Busca por un lado, busca por otro, mete la mano bajo la almohada, bajo el jergón... -Qué busca amigo?, le pregunta don Bosco; es esto, acaso? Y le muestra el cuchillo. -Sí, sí; démelo, démelo. -Ah, no; no se lo doy. -Lo quiero. - ((**It2.179**)) No se lo doy; pero dígame, dígame qué quería hacer con él. -Se lo diré; a fuerza de hombre de honor como soy, se lo diré. Hace ya varios meses que sufro en esta cárcel sin que me condenen (**Es2.143**))
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