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los gérmenes de virtudes ahogadas por las espinas
de los vicios, los recuerdos de su inocente niñez,
el amor al pueblo natal, la angustia por la
separación de la familia, la pena del honor
perdido, y sabía cultivar con tanto acierto estos
gérmenes, que al fin les obligaba a postrarse ante
Dios, resueltos a cambiar de vida. íCuántas
historias tristes y desoladoras había oído en las
confidencias, en los desahogos de aquellos
prisioneros que, con la cabeza apoyada sobre sus
hombros, le descubrían con abandono filial las
miserias más ocultas! Y los pobrecillos obtenían
misericordia y perdón en el lugar mismo donde los
hombres les ((**It2.178**))
condenaban y castigaban. Luego don Bosco les
hablaba del amor infinito que Dios les tenía,
mezclaba sus lágrimas con las suyas y les
persuadía para aceptar los castigos de la justicia
humana con espíritu de cristiana expiación. De
esta manera pasaba muchas horas confesando en
departamentos comunes, húmedos, sucios y
malolientes, entre el jaleo de los mal dispuestos,
y con la pena de no poder disponer a su voluntad
del lugar y las personas para desahogar su celo.
Hay allí cosas que humanamente repugnan, pero no
había modo de remediarlo. El confesor tenía que
escoger el sitio de menor estorbo. No había
sillas; debía sentarse sobre un sucio jergón, y a
lo mejor, junto a un inmundo recipiente, del que
debía separarse un tanto, cuando algún detenido
acudía para una necesidad. íQué asquerosidad! Y
don Bosco, con paciencia heroica, se sobreponía a
todas aquellas repugnancias.
A la bondad y la paciencia unía, cuando era
necesario, una franca firmeza.
Un día entró en la enfermería, llamado por un
muchacho gravemente enfermo, que quería
confesarse. Sentóse junto a la cama y mientras
confesaba vio bajo la almohada un enorme cuchillo,
olvidado por un imprudente carcelero. Don Bosco lo
tomó hábilmente y se lo guardó en el bolso. El
preso, acabada la confesión, se vuelve adonde
estaba el cuchillo. Busca por un lado, busca por
otro, mete la mano bajo la almohada, bajo el
jergón...
-Qué busca amigo?, le pregunta don Bosco; es
esto, acaso?
Y le muestra el cuchillo.
-Sí, sí; démelo, démelo.
-Ah, no; no se lo doy.
-Lo quiero.
- ((**It2.179**)) No se
lo doy; pero dígame, dígame qué quería hacer con
él.
-Se lo diré; a fuerza de hombre de honor como
soy, se lo diré. Hace ya varios meses que sufro en
esta cárcel sin que me condenen
(**Es2.143**))
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