((**Es2.138**)
levantó el carruaje y aún tuvo fuerzas para andar
a pie varias horas y llegar felizmente a su casa
de Chieri.
No es fácil expresar el concepto que aquella
buena señora se formó entonces del joven
sacerdote, que tan oportunamente le había
aconsejado al Angel Custodio. Estaba ansiosa por
volver a Turín para saber quién era. Fue a San
Francisco de Asís, preguntó en la sacristía quién
confesaba a aquella hora en el confesonario que
ella indicaba. Enterada de que era don Juan Bosco,
fue a agradecerle su saludable consejo. Se
convirtió desde entonces en admiradora suya y
repetía todos sus méritos y elogios. Y don Bosco
se valió de ella, cuando se trató de socorrer a
don Carlos Palazzolo, que se encontraba en grandes
apuros y deseaba consagrarse al sagrado ministerio
con una vida más ((**It2.171**))
apropiada a su avanzada edad. Fue en adelante una
celosa bienhechora del Oratorio. Regalo suyo es la
pequeña urna de cristal que, aún hoy, está sobre
la cómoda de la habitación de don Bosco y que
contiene una estatuilla de cera de San Felipe Neri
revestido con los sagrados ornamentos, al modo
como se venera el cuerpo de este santo en Roma, en
Santa María de Vallicella.
Todas las circunstancias del hecho que hemos
narrado, que constan en un escrito de esa misma
buena señora, nos la refirió la señora Teresa
Martano de Chieri su camarera, y también don
Miguel Rúa.
(**Es2.138**))
<Anterior: 2. 137><Siguiente: 2. 139>