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-Cómo es eso? no puede, teniendo tanto dinero?
La señora quedó sorprendida al ver que don
Bosco había conocido su posición social, siendo
así que estaba cierta de no haberse dado a conocer
de ningún modo ni por ninguna otra circunstancia.
Explicó su dificultad diciendo:
-Padre, no puedo cumplir esa penitencia, porque
hoy debo salir de Turín.
-Bien, entonces cumpla esta otra: pida a su
Angel Custodio rezándole tres veces el Angele Dei
1 que le asista, la preserve de todo mal, para que
no se asuste de lo que hoy va a sucederle.
La señora quedó todavía más sorprendida por
estas palabras, recibió muy de buen grado la
recomendación, y al llegar a su casa, rezó la
oración juntamente con las personas de servicio,
poniendo en manos de su Angel de la Guarda el
feliz éxito del viaje.
Subió al carruaje con su hija y una camarera. Y
después de un largo trecho de camino, recorrido a
toda velocidad, de improviso se espantan los
caballos y se lanzan a una carrera vertiginosa.
Tira el cochero de las riendas, pero en vano; los
caballos no sienten ya el freno. Gritan las
señoras y se abre una portezuela del carruaje,
topan las ruedas con un montón de grava, vuelca el
carruaje, derriba a los viajeros, y se astilla
((**It2.170**)) la
portezuela ya abierta. Cae el cochero del
pescante, las viajeras corren peligro de quedar
aplastadas, la señora es arrastrada con la cabeza
por tierra y los caballos siguen corriendo
precipitadamente.
Todo sucedió en menos que se cuenta. La señora,
que ya no esperaba más socorro que el del Angel de
la Guarda, gritaba con todas sus fuerzas: Angele
Dei, qui custos es mei... Bastó esto para
salvarlas.
De repente, los furiosos caballos se amansan y
se paran. El cochero se levanta incólume y los
alcanza. Acude la gente a socorrer a los caídos.
La señora que, salió del coche con la hija sin
saber cómo, está tranquila sin la menor señal de
susto. Las dos componen su persona lo mejor que
pueden. Se miran la una a la otra y ven con
asombro que no han recibido la menor lesión.
Entonces, a una exclaman:
-íViva Dios y viva el Angel Custodio que nos ha
salvado!
La señora con su séquito continuó el camino,
mientras el cochero
1 Antífona popular que se repetía a menudo:
<>. (Angel de Dios, que eres mi custodio:
ya que la soberana piedad me ha confiado a ti:
ilumíname, guárdame, rígeme, gobiérname). (N. del
T.)
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