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añadiendo que el sacerdote está siempre dispuesto
a confesar. Le recomendé especialmente que tratara
bien en el confesonario a aquellas buenas mujeres,
que tuviese con ellas mucha caridad y paciencia y
que las encargase de acompañar a otros a
confesarse. El párroco me dio las gracias y en
adelante obró según mi recomendación. Al poco
tiempo todo el pueblo se confesó con él y se
aumentó grandemente el número de las comuniones en
aquella parroquia>>.
En esto don Bosco seguía y daba normas tan
precisas y prudentes, que frenaban la impaciencia
de los que encontraban demasiado enojoso y pesado
escuchar ciertas confesiones y, por otra parte, no
dejaba de poner sobre aviso a los que, con
demasiada facilidad, creen en las apariencias de
santidad de los que ellos dirigen. Sucede con
frecuencia que un sacerdote tiene que confesar
((**It2.147**)) a
personas buenas, pero escrupulosas y poco
obedientes. A veces, esas personas piden cambiar
de confesor y el párroco, por miedo a que pierdan
la cabeza, no se lo permite. Don Bosco decía: <>. Don Bosco aseguraba que esas buenas
mujeres piadosas, aunque molestas, escrupulosas e
indiscretas hacen mucho bien; él no permitió nunca
que se hablase de ellas bromeando, llamándolas
beatas, en sentido despreciativo. Las llamadas
beatas son las más de las veces el sostén
religioso de un pueblo o de una parroquia; y el no
atenderlas o tratarlas mal, equivale a enfriar un
pueblo entero de cara a la frecuencia de los
sacramentos. Muchas veces, la mejor manera para
hacer florecer la piedad en una población, está
precisamente en saber servirse de estas buenas
mujeres. Ellas son las que sostienen el culto de
la casa de Dios, las que se industrian para
impedir o gritar un escándalo, las que dan o
recogen los medios para promover una obra de
benficiencia o de religión. Y, en realidad, lo que
de ordinario las hace un tanto pesadas, no es más
que la ignorancia y el excesivo temor; pero muchas
veces son almas del todo inocentes, que pasan años
y años sin cometer un pecado mortal, ni siquiera
venial deliberado. Pero si el confesor las
contraría, no se atreven ya a acercarse a él,
hablan de ello con amigas y comadres, andan
siempre pensando en esto, y, sin quererlo, enfrían
con sus lamentaciones la piedad de todos aquellos
con quienes tratan.
(**Es2.121**))
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