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obra, no exenta de grandísimos errores, había
sabido juntar tan astutamente las alabanzas
halagadoras para los italianos, pensamientos
religiosos, elogios al Sumo Pontífice, al
Pontificado, a los Santos, con instigaciones para
lograr una Italia libre e independiente del
extranjero, y volverla a la antigua grandeza, que
transtornó a muchísimos lectores ((**It2.144**)) y
sedujo a muchos, aun de los mejores, sin excluir
algunos del clero. Hacía ver con toda claridad que
la causa nacional de Italia era y no podía ser
otra, sino la constitución de una confederación de
todos sus estados, con el Pontífice a la cabeza.
Pero aquel ferviente amor patriótico no era más
que pura ficción. El amigo de Mazzini, bajo el
manto de la religión y el fingido estandarte de la
cruz, se abría camino para dar comienzo a la
revolución y juntar todas las fuerzas de los
enemigos de la Iglesia. Su designio era dar un
paso hacia adelante; mas, no queriendo amedrentar
a nadie, empleó una finísima hipocresía, para
esparcir sus doctrinas hasta entre los buenos y el
clero. Escribía a Mamiani el 13 de agosto de 1843
que sus alabanzas al Papado y a la Iglesia no eran
sino medios para realizar otros designios y
colocarlos, por así decirlo, como en un cuadro.
Que era preciso sacar a relucir estas alabanzas
para obtener el pasaporte 1.
Al volver don Bosco a Castelnuovo, vio, como
nos contaba don Bonetti, el volumen del Primado,
sobre la mesa de don Cinzano. El buen párroco
estaba encantado de la espléndida presentación y
de las ideas religiosas del libro. Había conocido
a Gioberti cuando frecuentaba la universidad y
reunía en torno a sí a muchos estudiantes y
seminaristas, llenándoles la cabeza con las
teorías más cargadas de república y libre
filosofía. Sus corteses modales su grandísimo
ingenio ornado de copiosa erudición, aunque lleno
de una soberbia desmedida, hizo que los jóvenes
eclesiásticos le consideraran como el águila del
clero subalpino. Y el teólogo Cinzano, alma
apasionada, había admirado en el clérigo de la
corte, que vivía de una pensión que le
suministraba el rey Carlos Alberto, las hermosas
dotes que le adornaban, le excusaba de ciertas
exageraciones y participaba ((**It2.145**)) de sus
ideas de independencia y libertad. Así que su
entusiasmo por la lectura de estos libros no tenía
límites. Ciertamente ignoraba que Gioberti había
escrito un artículo en La Joven Italia, en el que
decía que el Catolicismo: Religione di servitù e
di barbarie (era una religión de servidumbre y de
barbarie) 2.
1 BALAN, Storia d'Italia, vol. VII, pág. 617.
2 GIOBERTI, Lettera di Demofilo; nella Giovane
Italia del 1834.
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