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una fiesta en honor de Santa Ana, patrona del
gremio. Y así, aquel día, después de las funciones
religiosas de la mañana, invitó el santo varón a
todos a desayunar con él, y a tal efecto se los
llevó -eran un centenar- al gran salón de
conferencias. Con gran sorpresa de ellos les
sirvieron café, leche y chocolate, pan, dulces,
caramelos y otras golosinas. Todo les resultó
sabrosísimo; se imaginaban estar sentados a la
mesa del rey.
<<íOh! ícuántos hermosos casos de moral hemos
resuelto también nosotros en aquel salón aquel
día, me decía uno de los supervivientes! Hacíamos
desaparecer al instante las dificultades que se
nos presentaban, quiero decir, los bizcochos. Era
una maravilla. Cada cual puede imaginar el ruido
que armó esta fiesta entre nuestros compañeros, al
contársela. A partir de aquel día, de haberlo
permitido el local, hubiéramos llegado enseguida a
varios centenares. Y no fue menor el fervor
religioso y el fruto que sacamos de aquella
fiesta. Nos pareció, en efecto, que aquel día la
santa madre de la Augusta Madre de Dios nos
sonreía desde el cielo, y nos contaba entre sus
protegidos. Y bien lo ((**It2.140**))
necesitábamos, porque quién no sabe a cuáles y
cuántos peligros están siempre expuestos los
pobres trabajadores, particularmente los
albañiles? Pues bien, desde entonces no se
recuerda que ninguno de nosotros fuera víctima de
ninguna desgracia>>.
Así animaba el teólogo Guala a don Bosco, el
cual, a pesar de su precaria salud, trabajaba sin
descanso por la salvación de las almas. El mismo,
que le había socorrido con dinero desde su entrada
en la Residencia, decía de él:
-Como salga a flote, íhará algo muy gordo!
Todo lo que hemos narrado hasta aquí sobre el
Oratorio y don Bosco en la Residencia Sacerdotal,
nos lo refirieron don Giacomelli, José Buzzetti,
el profesor Gaidano, que pasó varios años de su
juventud en la Residencia Sacerdotal y el señor
Bargetto, fabricante de bonetes entonces para la
Residencia, el cual añadía que todo lo que don
Bosco poseía o le regalaban, todo lo empleaba para
las necesidades y expansiones de sus muchachos,
sin reservar para sí más que lo estrictamente
necesario, que era bien poco.
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