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de un lugar fijo para los recreos ordinarios, le
concedió reunir alguna vez a sus chavales en el
patio anejo a la Residencia.
Tampoco era suficiente el local de detrás de la
sacristía para reunir a todos en el catecismo,
pues llegaban ya a ochenta. Le permitió entonces
el teólogo Guala que ocupara también la sacristía.
Y como, al estar divididos en dos y a veces en
tres lugares, pues ocupaban el pequeño coro, don
Bosco no podía él solo asistirlos, dispuso el
mismo don Guala que le ayudaran algunos
residentes, los cuales se repartieron las clases
para la catequesis. Y aún más: tanto aumentaban
los jóvenes, que don Bosco se vio obligado a
dividirlos en dos sesiones y establecer dos turnos
distintos para la catequesis. Esto tuvo lugar
durante casi dos años seguidos. A veces citaba al
atardecer de los días laborables a los más
atrasados y les repetía las respuestas del
catecismo una y otra vez, hasta que las aprendían
de memoria y entendían su significado.
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Entretanto, se informaba de dónde vivía y
trabajaba cada uno, para visitarlos a su tiempo,
animarlos al bien y recomendarlos a sus
respectivos jefes.
Los domingos por la mañana les facilitaba la
recepción de los santos sacramentos. Los muchachos
sentían tanto afecto por don Bosco y le tenían
tanta confianza, que todos querían confesarse con
él. Y era cosa de ver en las fiestas su
confesonario cercado de veinte, treinta, cuarenta
y hasta cincuenta chavales, que aguardaban horas y
horas su turno, para confiarle los secretos de su
corazón. Después les celebraba misa y repartía la
sagrada comunión a muchos de ellos, en medio de la
sentida emoción de cuantos asistían a aquel
espectáculo de prodigiosa reforma moral.
Finalmente dirigía una breve instrucción a todos.
Es de justicia reconocer que fue don Bosco
quien acostumbró a tantos muchachos de la calle a
la comunión frecuente, cuando regía la deplorable
costumbre de que casi sólo por Pascua se acercaban
a la sagrada mesa y ya adelantados en años. Don
Bosco había entendido bien las palabras del Divino
Jesús: <>.
Por la tarde no asistían a la Bendición con
S.D.M. por no haber comodidad para ello; pero don
Bosco los entretenía después del catecismo
1 Marcos X, 14.
2 Juan X, 10.
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