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En otra ocasión, al pasar por la plaza de
Milán, se encontró con unos jóvenes cantores
ambulantes, que cantaban, con acompañamiento de
guitarra y violín, una canción profana pero
limpia, en medio de una enorme cantidad de gente.
Uno cantaba la estrofa y los otros, a coro, el
estribillo. Le pareció a don Bosco que aquella
melodía era muy popular; sacó papel y lápiz y,
apoyándose contra el pilar de la puerta del
palacio de la Prefectura, en un rincón de la misma
((**It2.134**)) plaza,
tomó buena nota. Buscó luego una letrilla sagrada,
que se adaptara a la música, y le pareció muy
apropiada aquella de: Somos hijos de María 1 que,
con tanto entusiasmo, cantan los alumnos de las
Casas Salesianas.
No se puede ponderar bastante lo que estos
cantos aumentaban la alegría y el entusiasmo de
los jovencitos y la admiración de las poblaciones.
Un día llevó don Bosco a sus muchachos a la Virgen
del Pilón. Atravesaron el Po en tres barcas y, al
llegar en medio del río, entonaron un hermoso
canto. La gente que se hallaba en las orillas al
oír aquel canto, se paró a escuchar; después,
encantados de la melodía,
Sé que es débil tu barquilla,
que es tu cuerpo vil arcilla;
mas no temas, que mi mano
sostendrá tu débil pie.
Angel Santo, guarda pío,
que bajaste al lado mío,
Angel Santo, guarda pío,
ídónde está mi buen Jesús?
En el templo, en su santuario,
en la cruz, en el sagrario;
desde allí el alma pía
da consuelo, vida y luz.
(N. del T.)
1 Somos hijos de María,
es un título de gloria,
es un grito de victoria
que lanzamos a porfía:
íSomos hijos de María!
Que hasta el Cielo el viento lleve
la expresión de nuestro canto,
hasta allí el perfume santo
de su tierna poesía:
íSomos hijos de María!
Y puesto que de hijos tuyos
ostentamos los blasones,
pondremos nuestras acciones
con tu honor en armonía:
íSomos hijos de María!
Tomado de <>. (N. del T.)
(**Es2.111**))
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