((**Es2.108**)
Oh, sí, ven, oh paz amada,
en mi pecho a reposar.
Niño amado, entre nosotros
te queremos conservar.
La música no seguía ciertamente las reglas del
contrapunto, pero resultaba tan afectuosa que
hacía brotar las lágrimas. Don Bosco logró
hacérsela aprender a sus muchachos, ajenos a toda
instrucción musical y conocimiento de la solfa. Su
constancia venció toda dificultad. Como quiera
que, al principio, no tenía un sitio en la
Residencia para los ensayos, iba a hacerlos fuera
de casa; la gente contemplaba extrañada a un
sacerdote, paseando con media docena de muchachos
entre la calle Doragrossa y la plaza de Milán y
repitiendo una canción en voz baja. El villancico
se les quedó tan grabado que aquellos cantores lo
recordaban aún en 1886, de suerte que, después de
tantos años se pudo reproducir con sus propias
notas para perpetua memoria. También se encontró,
y se conserva todavía, el precioso manuscrito de
la letra. Lo cantaron por vez primera en 1842, en
los Dominicos y en la Consolata, dirigiendo el
coro y tocando el órgano el propio don Bosco. Los
turineses, no acostumbrados a oír en el coro las
voces blancas de los niños, quedaron
entusiasmados. En aquel tiempo solamente cantaban
en las funciones de iglesia voces robustas y no
siempre agradables.
Después del primer éxito escribió don Bosco
esta otra letrilla, para cantarla durante la
sagrada comunión, con el mismo motivo musical.
((**It2.131**))
Entonad con voz de júbilo,
gratos cánticos de amor.
íOh cristianos, nos espera
nuestro Dios y salvador!
íQué gran portento
Hostia divina!
se hace alimento
quien dio la vida;
de inmensas gracias
es el autor.
Coros angélicos
que el cielo encierra
bajan gozosos hasta la tierra;
vienen cantando
ígloria al Señor!
(**Es2.108**))
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