((**Es2.103**)
un acontecimiento. Una vez fijado el día de la
partida, iban a porfía los cocheros para llevarlo
en sus vehículos. Al subir por la montaña, había
una multitud de pobres que se agolpaba en derredor
pidiéndole una limosna. El socorría a todos y a
cada uno le decía una palabra oportuna:
->>Lleva con paciencia tu pobreza -decía a uno.
-Sé devoto de María; ve a confesarte -decía a
otro. -Sé obediente a tus padres, añadía a un
tercero>>.
Por entonces, se subía a la cumbre por un
ancho, pero escarpado sendero. Don Bosco entró por
vez primera en aquella hermosa iglesia, en cuyo
centro, como testimonio de la aparición del Santo,
se levanta la cima de la roca con las estatuas de
San Ignacio y del compañero que se apareció con
él. El antiguo convento había sido restaurado y
ampliado por el teólogo Guala y podía admitir
hasta ochenta personas. El mismo se preocupaba de
que ((**It2.124**)) no
faltara nada para los ejercitantes, y estaba
redactado el reglamento de tal forma que los
ejercicios procedían con todo orden y puntualidad:
descendía a todos los detalles, lo mismo en los
preparativos que en la distribución de las
incumbencias del personal directivo y de servicio.
Por esto, los Ejercicios de San Ignacio se
hicieron famosos por todo el Piamonte y sirvieron
de norma y modelo para los que posteriormente se
instituyeron o restablecieron en todas las
diócesis.
Aquellos ejercicios empezaron el 7 de junio de
1842. El padre Menini, de la Compañía de Jesús,
predicó las instrucciones y el teólogo Guala las
meditaciones. Consta en un escrito de don Bosco,
que conservamos con los esquemas de los temas
tratados por los oradores. Pero el mejor sermón
para don Bosco era lo que él veía en don Cafasso.
Su santo paisano jamás había faltado a estos
ejercicios, ni a los de los sacerdotes, aunque no
los predicara. Precedía a todos con su buen
ejemplo, con su recogimiento y ayudando varias
misas cada mañana como monaguillo. Don Bosco
seguía fielmente sus pasos, como lo atestiguan
muchos de los que fueron con él a San Ignacio, don
Giacomelli entre ellos.
Acabados los ejercicios, volvió don Bosco a
Turín para dirigir su querido Oratorio; pero,
después de unos meses, al verle don Cafasso
rendido y sin fuerzas, le mandó a respirar el aire
natal, supliéndole él y don Guala u otro sacerdote
en el cuidado de los jovencitos.
Su estado delicado y la comodidad de poder
tomar el coche hubieran debido en esta
circunstancia aconsejar a don Bosco no hacer el
viaje a pie; pero se sobrepuso su amor a la
pobreza evangélica a todas estas conveniencias.
(**Es2.103**))
<Anterior: 2. 102><Siguiente: 2. 104>