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una circunstancia, oportunamente puesta de relieve
por Salotti, que, dejando ya de lado la pluma del
censor, había tomado la del devoto admirador. La
beatificación de don Bosco coincidía el año 1929
con el jubileo sacerdotal del Papa. Al recordar
tan fausta conjunción de fechas, el Promotor de la
Fe dijo estar cierto de interpretar el pensamiento
del Padre Santo, asegurando que la coincidencia de
los dos sucesos debía ser muy agradable a Su
Santidad. Y fue el mismo Papa quien dio a entender
claramente a continuación que la que él decía, no
andaba lejos de la verdad.
Así pues, los Cardenales y Consultores de los
sagrados Ritos, reunidos por última vez el 9 de
abril de 1929, en presencia del Papa, votaron
favorablemente que se podía tuto (con seguridad)
proceder a la solemnidad de la beatificación.
Entonces el Papa dejó para otro día la
manifestación de su juicio definitivo, deseando
antes implorar las luces celestiales. Finalmente
fijó la ceremonia para el día veintiuno siguiente.
Aquel día, con las formalidades ((**It19.109**))
descritas para los decretos de las virtudes y de
los milagros, se dio lectura pública del decreto
del Tuto. He aquí la fiel traducción del mismo.
Muchas cosas, muy grandes y admirables, obró el
Venerable Siervo de Dios Juan Bosco para promover
la gloria del Señor y facilitar la salvación del
género humano. Como hombre enviado por Dios para
cumplir esta doble misión, empezó por atender a
los muchachos, a quienes enseñó los preceptos y
deberes de la religión, educó en las buenas
costumbres, cuidando además activamente su
instrucción cívica, y trabajó con todo entusiasmo
a fin de que el mayor número posible aprovechase
el beneficio de la Redención. Su voluntad de ganar
a Dios cuantas más almas pudiese, no conocía
límites, y se dedicaba con todas sus fuerzas a
abrazar con ardiente celo apostólico y atraer a
todas las gentes. La falta de medios humanos, las
muchas contrariedades presentadas por hombres
investidos de autoridad, las dificultades nacidas
de la misma naturaleza de las cosas, los
obstáculos de toda especie deberían haber abatido
su ánimo; pero Juan no abandonó en ningún momento
sus santas fatigas, y con la ayuda de Dios condujo
las obras emprendidas al fin deseado y se ganó un
nombre inmortal, digno de las mayores alabanzas.
Escribió, además, y publicó muchos libros muy a
propósito para despertar en el pueblo la devoción
y afianzar los principios y preceptos cristianos,
libros que todavía hoy son tenidos en mucho
aprecio. Ahora bien, si comparamos la falta de
medios humanos, en que a menudo se encontró, con
la magnitud de las obras realizadas y los
beneficios obtenidos para toda suerte de
ciudadanos, nos parecerá ver en él un prodigio
casi nuevo. Digo prodigio, porque la generosidad
divina, casi rivalizando con la confianza
inquebrantable y la generosidad de Juan, pareció
aumentarle las fuerzas, multiplicarle las
facultades, premiarle maravillosamente sus
trabajos.
Pero una cosa todavía más digna de maravilla,
es ver a un hombre de esta especie, ocupado en
arduas empresas, expuesto frecuentemente a muchos
peligros, que vivía en medio de los muchachos y
trataba con toda clase de personas, no cesar ni un
solo momento en el ejercicio de las virtudes
cristianas, alcanzar en él las alturas de
la(**Es19.98**))
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